La vemos con demasiada frecuencia y sorprendentemente de gente que se dice pensante. Asombra descubrir personas que prefieren no decir nada aunque se perjudique su dignidad y me refiero a esa que hay que defender a toda costa porque es propia del ser humano y lo acompaña durante toda la vida y no a aquella que ha sido sugerida durante la existencia del hombre en la Tierra como aquella del honor. Las personas que van ejerciendo autoridad durante épocas de la historia siempre ha sido objeto de comentario, a veces bueno y a veces malo. Y no hay que sorprenderse que estos reaccionen según las alabanzas o descréditos que se les endilguen. Esto entonces presupone que se ha observado al sujeto en sus manifestaciones públicas y que se ha dicho algo al respecto con las consecuencias directas que se tiene cuando uno se refiere a otra persona. Y ser pensante, educado y formado conlleva a una gran responsabilidad con uno mismo y con sus congéneres. Cuando uno siente que debe manifestarse abiertamente respecto de otra persona sin tapujos y sin miedo lo debe de hacer con la obligación de respetarlo en su dignidad. Pero, lamentablemente, encontramos a esas personas que todo lo consienten por admiración a otra y su manifestación es la boca abierta que no permite opinar porque mientras esté así es imposible hacerlo. Con demasiadas bocas abiertas es seguro que se perjudica la democracia y principalmente la dignidad de los que quieren vivir sin decir nada.