Desconfío de todas las personas que me han rodeado hasta hoy por no haberme hecho leer Mujercitas. Por suerte, otra vez, existe Greta Gerwig en mi vida. En una temporada de escasez literaria me obliga a experimentar un déjà vu de la novela anglosajona del siglo XIX: esas obras en las que se elevan múltiples voces, todas tan distintas, pero formando un solo mundo lleno de anhelos, vestidos, bailes y carrozas tiradas por caballos. Mujercitas –la película– me llevó de vuelta a Austen, a las Brontë, a Eliot. En su adaptación, Greta utiliza una estructura de dos tiempos paralelos, generando en el espectador, durante dos horas, lo que Jo March, la protagonista, admite como su situación vital: “I miss everything”. Crea una tensión temporal que intensifica esa permanente avalancha interior de Jo que necesita hallar cauce. Nuestra avalancha. Tal vez conocer antes a Jo March me hubiera evitado algunas sombras de ella. Gerwig escribe su guion como si estuviera fuera de nuestro tiempo y de nuestro espacio, de nuestros días en los que cualquier novela con cinco mujeres protagonistas debería ser mínimamente “empática” con el 2020. Gerwig –al igual que algunos de los personajes que ha interpretado en las obras de Baumbach– parece estar fuera de nuestro planeta leyendo a Louisa May Alcott. Tal vez esa es la manera más eficaz de servir a nuestras causas.