Verónica Grefa: 'Las empresas destruyeron nuestra selva'

Verónica Grefa durante una de las marchas realizadas en la ciudad de Coca, para exigir se otorguen medidas cautelares en favor de las comunidades. Foto cortesía: Agencia Tegantai

El 7 de abril de 2020 ocurrió uno de los más grandes derrames de petróleo en los últimos 15 años en la Amazonía ecuatoriana. Mientras vivíamos los encierros por la pandemia, al menos 15 000 barriles de petróleo fueron vertidos en el sector de San Rafael, en las cuencas de los ríos Coca y Napo. Esto afectó la vida de más de 27 000 personas indígenas que habitan en sus riberas, que dependen de estas cuencas para vivir y que hasta el momento sufren las consecuencias.

Verónica Grefa, una joven kichwa, fue presidenta de la comunidad de Toyuca en el tiempo del derrame. Narra lo que significó este desastre para ella, su familia y su comunidad, los procesos que se llevaron ante la justicia y de los que siguen esperando una respuesta desde la Corte Constitucional. Este es su testimonio:

“Vivo en Toyuca, una de las 150 comunidades afectadas por el derrame de petróleo del 7 de abril de 2020. Mi madre bajó a pescar al río Coca a eso de las 05:00 del 8 de abril. Lo hizo al igual que otras personas de la comunidad Toyuca. Pronto se corrió la voz: ocurrió un derrame de petróleo. Nosotros también fuimos a ver. A medida que nos acercábamos, se percibía cada vez más fuerte ese horrible olor. Vimos cómo bajaba más y más todo ese material aceitoso que se iba pegando en las plantas y piedras en la playa. En ese momento conocí el petróleo.

Las personas mayores recordaron los derrames anteriores, se quejaban y preguntaban: ‘¡otra vez nos quitaron la alimentación!’, ‘ahora ¿con qué vamos a alimentarnos?’, ‘¿a dónde vamos a salir y en esta pandemia?’. Hasta ese momento, la pandemia no había sido un problema; no hacía falta salir al centro a buscar alimento porque lo teníamos todo. Pero luego del derrame, lo perdimos todo.

El río es de vital importancia para nosotros, crecimos pescando para nuestro alimento diario. Como mujeres, perder el río es perder el agua para cocinar, lavar, para bañarnos y bañar a nuestros hijos e hijas, para quienes el río es un espacio de recreación. Desde la espiritualidad, nosotros agradecemos al río cuando nos provee de pescado y de agua; a la Pachamama, por brindarnos nuestro alimento: la yuca, el plátano; a la Madre Selva, que nos brinda la cacería.

Con el agua del río cocinamos la guayusa, nuestra planta sagrada, durante el ritual de la Guayusupina. Nosotros oramos; es nuestro encuentro con la palabra. Nuestros abuelos nos cuentan mitos e historias, compartimos nuestros sueños porque para nosotros tienen significado. Por ello, cuando las empresas petroleras destruyen el agua, destruyen el bosque, destruyen la tierra, nos destruyen también a nosotros, que somos hijos de la Pachamama.

Recuerdo con mucha indignación el accionar de las empresas. Llegaron con galones de agua: 4 galones de 6 litros para cada familia que se entregaban cada semana. Eran en total 24 litros por semana para familias de entre 4 y 7 hijos, más sus padres. Simplemente no alcanzaba y tener que racionar el agua, luego de tenerla libremente, fue humillante.

Mi madre tenía quemaduras en las manos y ampollas en los pies, la respuesta que recibió fue: ¡vaya al dermatólogo!

Conversamos entre comunidades afectadas y decidimos poner una acción de protección exigiendo justicia y reparaciones. Tenemos el derecho a una vida digna, con buena alimentación, atención de salud, agua limpia y segura libre de contaminación, que nos brinden seguridad ya que las empresas destruyeron nuestra vida.

Pese a que demostramos las vulneraciones a nuestros derechos y que la defensa del Estado y las empresas fue vergonzosa, la acción fue negada. Fue decepcionante. A pesar de ello, llevamos esta lucha a la Corte Constitucional y seguimos en espera de respuesta.

Las comunidades de las riberas de los ríos Coca y Napo, vivieron una nueva afectación en enero de 2022. En la imagen, niños de la comunidad de Sardinas recogen crudo del río Coca. Foto: Fundación Alianza Ceibo.

Las consecuencias persisten hasta el día de hoy. Tuvimos que soportar un nuevo derrame el 28 de enero de 2022.

Seguiremos luchando para proteger nuestro territorio, por el futuro de nuestros hijos, para que puedan vivir libres de contaminación y mantener la lucha en defensa de nuestros derechos, porque la Amazonía es nuestro hogar y también es el pulmón del mundo. Somos hijos de la naturaleza y ella es nuestra madre. A tres años del derrame, la reparación integral no solo es necesaria, es urgente”.


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