Los perros guías son la luz para quienes no pueden ver

Katherine Franco cuenta con la ayuda de Kim. Ella cuida al 100% de su perra guía, desde la primera comida del día hasta los paseos para distraerse. Foto: Diego Ortiz / El Comercio
Cuando siente el peso del arnés sobre su lomo, Kim sabe que llegó el momento de ponerse a trabajar. Se sacude un poco el cuerpo, como cuando un boxeador se alista para entrar al ring, y se para junto a Katherine.
Ella, sin siquiera mirarla, mueve sus manos alrededor del cuerpo de Kim para ajustar el chaleco que usará en las calles. En menos de un minuto, ambas están listas para salir a luchar en contra de las avenidas y aceras de un Quito caótico, desordenado y poco amigable para quienes tienen discapacidad visual.
En el poema ‘Epitafio para un perro’, Lord Byron describe a su amigo de cuatro patas como un ser con “Belleza sin Vanidad / Fuerza sin Insolencia / Coraje sin Ferocidad”. Al ver a Katherine Franco y a Kim caminando por las calles del norte de Quito, uno puede comprender la potencia en las palabras del poeta británico.
Kim y Katherine llevan un año y seis meses juntas. “Desde un principio le entregué toda mi confianza”, dice poco antes de tomarse un receso de diez minutos de su trabajo en el Consejo Nacional para la Igualdad de Discapacidades (Conadis). Esta será una de las dos caminatas rápidas diarias en las que aprovecha para que su perra guía haga sus necesidades.
Dentro del Conadis hay elementos como el suelo podotáctil que ayudan a personas como Katherine a ubicar obstáculos en el camino. Ella quedó ciega a los ocho años tras un accidente que afectó a un ojo y un tumor que apareció en el otro. Desde entonces forma parte de los 54 397 personas con discapacidad visual que hasta enero del 2022 constan en el Registro Nacional de Discapacidad.
Si bien el bastón blanco es útil para esquivar alguno que otro objeto, las calles son inseguras cuando se camina a ciegas. Kim, en cambio, le ofrece a Katherine esa seguridad que necesita para ser más independiente.
La perra guía ya conoce la ruta que toman diariamente por el sector. Sabe dónde queda la pequeña área verde cerca de la oficina y también reconoce la hueca de comida típica que le gusta a su dueña. Y en todo el camino, hay una cosa que hace por ella: la cuida constantemente.
Cuando se encuentra con una grada, Kim baja la velocidad hasta casi detenerse para que su dueña sepa que hay un obstáculo. Cuando logra sortear este objeto, lo primero que hace es regresar a ver a Katherine como cerciorándose de que no se cayó y que se encuentra bien.
Una labor que tarda meses
El pasado 29 de abril fue un día especial para Valeria Chung y Francisco Torres. En esta fecha se celebra el Día internacional el perro guía, un día clave para la labor que vienen realizando hace ya seis años.
Valeria y Francisco lideran la Escuela de Perros Guía Ecuatorianos (EPGE). Ella es la instructora; él realiza los procesos administrativos; juntos se encargan de ayudar a que más gente con discapacidad visual se sienta más independiente. Entre estas personas está Katherine.
En este tiempo, la EPGE ha graduado a cinco perros. Estos son animales mestizos y rescatados que han pasado entre seis meses y un año, según la personalidad del can, en un entrenamiento que incluye caminatas diarias de cinco a diez kilómetros por varios barrios, reconocimiento de obstáculos dentro y fuera de casa, aprendizaje de un diccionario de comandos, e incluso movimientos exagerados que simulan caídas de Valeria para que el animal entienda que su principal tarea es cuidar al dueño cuando lleve puesto el arnés, entre otras acciones.
Al ser un entrenamiento muy específico y con alto nivel de complejidad, su costo es bastante elevado. En total puede bordear los USD 12 000, que son asumidos por la EPGE, sus aliados y donantes. Cada perro es entregado gratuitamente en comodato tras un periodo de adaptación. Su tiempo en servicio puede llegar hasta los 10 años en condiciones normales. Una vez que se jubila, la EPGE se hace cargo del animal y entrega uno nuevo a la persona no vidente.
Para Valeria, uno de los elementos más complejos en estos años como entrenadora ha sido que el perro guía aprenda a moverse correctamente en una ciudad muy. Calles con huecos, veredas con desniveles, postes de luz en medio del área peatonal, puestos de comida al aire libre, dueños que pasean a sus mascotas sin correas... Estos y muchos más son obstáculos que sus canes deben aprender a esquivar con el fin de que la persona con discapacidad llegue bien a su destino.
Una luz en medio de la oscuridad
“Conadis”. Cuando es momento de regresar al trabajo, Katherine repite esta palabra una y otra vez para que Kim sepa que es tiempo de encontrar el camino de vuelta a la oficina. En este trayecto pasa por una vereda tan angosta, de casi un metro, en la que hay un poste de luz en media acera, una mujer con su puesto de mote en la calle y un grupo de comensales acompañados por un perro callejero. Pero ella está tan confiada en Kim que se deja guiar sin vacilar y con pasos firmes. Esto es el reflejo de que ya están vinculadas.
En otra parte de la ciudad, en cambio, Andy Díaz, quien nació con ceguera congénita, se encuentra en esta etapa de acoplamiento. Hace unas semanas, Kenshi, un perro guía, se pasó a vivir con él y su novia, Anita Gómez, en el sector de Pambachupa.
Para esta pareja, la llegada de Kenshi ha sido un cambio positivo. “Andy se siente más seguro”, dice Anita al ver que su novio ahora camina con mayor soltura desde la Universidad Central del Ecuador, donde él trabaja, hasta la casa.
Andy, quien se mudó a Quito hace siete años, es muy optimista por el proceso que está viviendo. Antes de que conocer a su perro guía, él salía con bastón blanco a las calles. “Regresar sano y salvo a casa era un logro; es común encontrar un obstáculo que haga que te tropieces o lesiones”, cuenta.
El Servicio Ecuatoriano de Normalización (INEN) establece que las aceras deben tener un ancho mínimo de 1,20 metros para que sean accesibles para las personas con discapacidad y que objetos como los árboles deberían estar en los bordes externos de las veredas. En Quito, la ordenanza 282 establece que los propietarios de los predios que los predios deben dar mantenimiento a las aceras frente a sus hogares. En teoría, esto incluiría el cumplimiento de que estos espacios sean más inclusivos.
La ordenanza 282 establece que es obligación de los propietarios el mantenimiento de las aceras. Fuente: YouTube Municipio de Quito Oficial
Pero en sus recorridos diarios, tanto Katherine como Andy pocas veces se encuentran con espacios que cumplan con la normativa. Para ellos, su perro guía es la mejor esperanza que tienen de no caerse en el siguiente paso que den y que puedan llegar vivos a sus hogares u oficinas.