Quito y su historia. Vladimir Serrano/ Historiador.
Los monasterios femeninos de Quito han podido mantener su vida de recogimiento y contemplación, a lo largo de lo últimos 400 años, puesto que el régimen liberal radical, que podía haber sido causa de su extinción, básicamente los respetó; a diferencia de la Revolución Francesa y la Desamortización Española, que consideraban inútil ese tipo de vida y procuraron extinguirla.
Este hecho singular liberó por muchos años la presencia de visitantes curiosos, pues solo admitía a personas especiales, frente a las cuales las religiosas ocultaban su rostro con un manto. En alguna ocasión, encontrándome en Chile, un distinguido político de ese país, Gabriel Valdez, me dijo: “Algún Presidente de la República, debería abrir esas maravillas (refiriéndose a los monasterios), para solaz de la humanidad”.
Pero más allá del deseo de conocer semejantes tesoros, seguro que el alma de Quito se empobrecería, si en aquellos lugares no prevaleciera el silencio y la paz. En estos días en Santa Clara de Asís se exhibe una muestra del barroco quiteño; sin desaprovechar esta oportunidad hicimos una visita con un grupo de la Facultad de Psicología de la U. Católica; surgiendo de inmediato interrogantes sobre los orígenes del monumento.
Recordamos que a fines del siglo XVI, Francisca de la Cueva, viuda del capitán Juan López de Galarza, fundó este monasterio, con la autorización del obispo Luis López Solís el 19 de noviembre de 1596, bajo la advocación de Chiara Favarone, conocida como Clara de Asís.
Para esto, se compró las casas de Alonso de Aguilar, Francisco López y Francisco del Castillo, que daban a la calle de la Cantera, hoy Rocafuerte. Al frente de las casas había una plazuela llamada de Alonso de Cazco, la que con acierto del Municipio se ha vuelto a abrir.
Mientras recorríamos los corredores y mirábamos la pintura y escultura quiteña, surgió el recuerdo de la leyenda de la Capilla del Robo, puesto que un 20 de enero de 1649, las religiosas se dieron cuenta de que alguien sustrajo la caja que servía de sagrario, hecho que desató escándalos y temores en la ciudad y la búsqueda de los ladrones.
Las sagradas formas fueron encontradas al occidente del monasterio, en la quebrada de Cantuña, que a partir de la construcción de una capilla de expiación, sería conocida como quebrada de Jerusalén.
En el recorrido surgió una grata sorpresa, parte de la muestra, era un Cristo de la Agonía del siglo XVII, que para algunos es el Cristo de la tradición de Miguel de Santiago. Fue grande nuestro entusiasmo y lo contemplamos por buen rato, fijándonos en el estertor agónico que refleja la pintura. Finalmente visitamos una capilla, que recuerda un milagro acaecido en 1689, por el cual se fue trasparentando una imagen de la Virgen María, que se la denominó Del Amparo.
Al salir interrogamos a una religiosa sobre esta leyenda y su respuesta fue: “¿Cómo cree señor que seguimos aquí?, la Virgen del Amparo, protege a las religiosas con su manto de las acechanzas del diablo disfrazado de toro”. Fue muy interesante escuchar que el antiguo imaginario quiteño, sigue vigente y que los monasterios todavía ocultan misterios en sus rincones.