Vladimir Serrano Pérez / Historiador.
La figura del padre Almeida, que junto con la de Cantuña, han sido las más conocidas de nuestro imaginario popular, se ha actualizado en estos días por la exposición del convento de San Diego.
Ciertamente, mucho de la historia quiteña se ha transmitido mediante las tradiciones, que tienen tanto de realidad como de fantasía. En el siglo de la Ilustración, con el surgimiento del rigor científico, se descartaron los mitos y leyendas, considerando como verídico únicamente el testimonio escrito de fuente fiable. Significando esto la muerte del alma colectiva, puesto que se reprimió lo que el filósofo Henri Bergson, llamó la “facultad fabuladora”.
Esto es la expresión del espíritu, en que la imaginación se torna creativa. En nuestros días, gracias a las formulaciones de la psicología y la antropología, lo mítico ha cobrado nueva fuerza. En el caso quiteño, donde todavía no se ha escrito una historia sistemática de la ciudad, los autores que han publicado leyendas, han logrado dar a conocer diversos episodios políticos y de vida cotidiana.
En mucho ha permitido saber lo que fue la ciudad en siglos anteriores, pero que obviamente también corren con el riesgo de estereotipar personajes y solo presentar partes de la verdad.
El joven que actúa de guía de los visitantes de San Diego puso gran énfasis en la figura del padre Manuel de Almeida, cuando nos llevó hasta la celda del religioso y al famoso Cristo (una escultura del siglo XVII), por el que trepaba el fraile para concurrir a sus jaranas.
Presentó una figura del religioso como alguien entregado a su vida devota y que salía al atardecer, para orar en una ermita contigua a la Recoleta, en la que había una imagen de la Virgen de Illescas. Regresaba al anochecer y los vecinos que lo observaban, habrían comenzado a conjeturar que el fraile se las pasaba muy bien con música y mujeres.
En la psicología profunda, este hecho se llama proyección y significa que nuestros deseos reprimidos los vemos en otras personas. Si algo de esto ocurrió, tendría sus justificaciones, puesto que hay que recordar que el padre Manuel de Almeida vivió a comienzos del siglo XVIII, cuando los españoles Jorge Juan y Antonio de Ulloa, informaron sobre la corrupción del clero quiteño, en sus conocidas “Noticias Secretas de las Indias”.
Todo lo cual no le quita el sentido fabuloso a la leyenda, en la que nada menos que el propio Cristo facilita las escapadas del fraile.
Laura Pérez de Oleas Zambrano relata el diálogo entre el crucificado y el farrista, cuando una madrugada llegó el padre Almeida tan borracho que le fue imposible trepar a la cruz, pidiendo desesperadamente: “Cristo ayúdame… al instante se encontró sobre el hombro del Señor y creyó oír una voz que le digo en latín: “quosque tandem pater Almeida”, a lo que respondió: usque ad rediveam Domine. Sin más se fue a dormir. Pensando: va, qué cosas hace ver y oír la borrachera.
A pesar de estas dulces admoniciones, el fraile siguió con sus escapadas y Cristo, pensando seguramente que no le entendía bien en el latín, le dijo en castellano: “Hasta cuando padre Almeida”, y el desvergonzado contestó: “hasta la vuelta Señor”.
Pero esta vez no se escapó de un buen susto, y cuando regresó al convento encontró un cortejo fúnebre, que no era otro sino el suyo, con lo cual no volvió a trepar al crucifijo y se decidió hacer penitencia en serio. Una hermosa leyenda.