Esta es la historia de un país, inmerso en una permanente convulsión política, y la de cinco rostros que la han forjado sobre la constante promesa de cambiar el Ecuador.
Los cinco han vivido en épocas diferentes y su preparación académica ha sido dispar. Entre ellos no existe un lazo familiar que confirme que en el Ecuador, la Presidencia de la República se ha manejado por dinastías. Sin embargo, tienen algo en común: su fuerte liderazgo político.
Gabriel García Moreno, Eloy Alfaro, José María Velasco Ibarra, León Febres Cordero y Rafael Correa pusieron su impronta. Por eso, en el esfuerzo académico por desentrañar los vertiginosos capítulos de la política nacional -así lo sugieren muchos autores- antes de hablar de una época liberal, conservadora o desarrollista, es mejor hacerlo desde el garcianismo, el alfarismo, el velasquismo…
De profundo olfato político y de acertada conexión con las necesidades del momento. Sus personalidades implacables y su carisma les han permitido ganarse la devoción de miles de seguidores y el desprecio de muchos otros.
Estas características encarnan la idea de lo que es un caudillo. Y si se quiere darle un sentido más académico se puede usar una corta definición del sociólogo Luis Verdesoto. “Es la excesiva concentración de la política en los atributos personales del líder y no en las leyes ni en las instituciones. Cuando se habla más del Presidente que de la Presidencia de la República, es porque estamos bajo la fuerza del caudillo”.
Este académico, al igual que el historiador Willington Paredes, cree que estos son -para bien y para mal- los cinco rostros más destacados que ha tenido nuestra historia política. El Estado, las relaciones políticas, el manejo de la administración pública y el de las leyes, ha caminado bajo el compás marcado por sus personalidades mesiánicas.
Pero Paredes dice que estos caudillos no son iguales. “Uno es el caudillismo ilustrado de García Moreno, Alfaro y Velasco Ibarra: tres líderes que interpretaron las necesidades del Ecuador que les tocó gobernar, desde un proyecto democrático nacional y de unificación”. “Febres Cordero y Correa solo han buscado concentrar poder sobre la división nacional”.
La condición de caudillos no solo se da por sus rasgos personales. Hay otras tres condiciones que legitiman su liderazgo y sobre las cuales es posible compararlos entre sí: las crisis nacionales sobre las cuales emergieron sus propuestas de cambio; sus discursos desafiantes contra los opositores políticos y la prensa y sus amplios proyectos de obra pública (ver nota pág. 3).
Crisis profundas
El Ecuador de mediados del siglo XIX, fragmentado y disperso de la época garciana, no se parece al que Alfaro forjó sobre el nacimiento de una burguesía liberal que arrinconaba al Estado terrateniente, clerical y decadente del siglo XX.
García Moreno es el rostro conservador y Alfaro, el liberal. El primero se volvió poderoso cuando con la fuerza de su carácter y la influencia de la Iglesia le permitieron cohesionar un país deshecho, al final de la administración de Francisco Robles (1856-1859).
Existía la amenaza territorial del Perú. Su presidente, el mariscal Ramón Castilla, se había instalado en Guayaquil para transar con Colombia el reparto del Ecuador. El director de la Academia Nacional de Historia, Juan Cordero, recuerda que García Moreno llevó sus tropas para disuadir ese proyecto, firmándose el Tratado de Mapasingue.
En 1859 había una crisis económica por la deuda de la Independencia. Y en política interna, la dificultad de las élites terratenientes de la Sierra de imponer su visión sobre los agroexportadores de la Costa. El país estaba al borde de la disolución con cuatro gobiernos provisionales en Quito, Cuenca, Loja y Guayaquil. García Moreno se estrenó en el poder en 1859 y hasta 1875 aplicó un modelo coercitivo que le costó la vida. Cordero dice que la crisis le obligó a García Moreno a dejar su proyecto federalista “para forjar una nación unitaria”, con mano de hierro y fusil.
Alfaro entra en escena cuando ese proyecto, en palabras del historiador Vladimir Serrano, “modernizante y ultracatólico” que dejó García Moreno, se había debilitado tras una docena de gobiernos que no dieron la talla del líder severo.
Los negocios de la venta de los sombreros de paja toquilla de Montecristi en Panamá hicieron de los Alfaro una familia acaudalada. Por eso, el Viejo Luchador creó una insurgencia armada, con campesinos costeños, peones conciertos de la Sierra y militares decepcionados de los excesos de Ignacio de Veintemilla. Esta guerrilla peleó por casi 20 años.
La Revolución Liberal se inauguró en 1895. Dio paso a un nuevo país, creando además el primer ejército profesional y una base política que por tres décadas le permitió al liberalismo ser protagonista en sus momentos cumbres. También en los más tristes episodios como fue la guerra con el Perú, de 1941.
Para Luis Verdesoto, estos dos líderes pusieron en marcha un modelo de modernización que tenía como principal objetivo superar el aislamiento territorial en el que vivían los ecuatorianos.
García Moreno comenzó el proyecto del ferrocarril para unir a la Sierra con la Costa y Alfaro lo ejecutó con su sello personal: trazó la línea férrea por los montes más escarpados, en la provincia de Chimborazo.
Cuando Velasco Ibarra se convirtió en caudillo, Ecuador vivía la peor crisis económica y política en 30 años (1914-1944). La Revolución Liberal devino en los gobiernos plutocráticos de los agroexportadores costeños que debilitaron el papel económico del Estado.
La Revolución Juliana abrió un paréntesis de corte socialista, en 1925. Si bien replanteó el sistema institucional del Estado, no pudo detener la inestabilidad política. Entre 1931 y 1944, el país tuvo 15 mandatarios y perdió medio territorio con la firma del Protocolo de Río.
Internet permite acceder en pocos minutos a una entrevista de Velasco Ibarra en su último exilio en Buenos Aires (Argentina). Su compilador es Raúl Sánchez Mendoza. Aunque no está la fecha exacta del diálogo, ‘el Profeta’ comenta que en La Gloriosa de 1944, cuando cayó el liberal Arroyo del Río, “fui apoyado fervorosamente por comunistas, por socialistas, por conservadores y hasta por liberales. Acepté y agradecí el apoyo e hice mi gobierno”.
Vladimir Serrano reconoce la compleja subjetividad del carácter de Velasco Ibarra: “sumamente vehemente y mordaz, estudioso, muy ilustrado; se definía como un liberal del siglo XVIII y, por lo tanto, un déspota ilustrado”.
Su proyecto pone fin al enfrentamiento entre conservadores y liberales. El historiador Cordero dice que Velasco rompe esos esquemas e inaugura una política caudillista con una autovaloración excesiva de sí mismo. Imponente, autoritario, místico, asceta y admirador del racionalismo francés del siglo XVIII. “Se definía de izquierda pero con el corazón a la derecha”, comenta, entre risas, Cordero.
Cuando Velasco se consolida, el Estado tenía el sufragio como herramienta democrática.
Luis Verdesoto advierte que el voto popular le permite a Velasco Ibarra no solo definir su propio concepto político de la masa y pueblo. También, olfatear las rutas migratorias que las poblaciones empobrecidas de la Sierra emprendieron hacia la dinámica y comercial Guayaquil. Es aquí donde radica la visión de unidad nacional de Velasco Ibarra, matizada por su tesis sobre la nulidad del Protocolo de Río.
‘El Profeta’ murió en 1979, el mismo año en que el Ecuador retornaba a la democracia, luego de 7 años de dictaduras militares. Este período entra en los dominios de León Febres Cordero. Desde su curul en la Cámara de Representantes fue un duro opositor del binomio Roldós-Hurtado. Y desde su Presidencia (1984-1988) puso distancia del modelo desarrollista de la economía que había entrado en crisis por la baja del petróleo y la crisis de la deuda externa. La fallida guerra de Paquisha de 1981 estaba presente y antes de avanzar a la firma de la paz, Febres Cordero propuso la herida abierta.
Verdesoto no ve en el ascenso del industrial guayaquileño a un caudillo con discurso nacional. Su propuesta de reconstrucción parte de la idea de reivindicar el peso político y económico de Guayaquil frente a Quito, que en los setenta creció por el ‘boom’ petrolero. Esa visión de lo regional es lo que permite a Febres Cordero convertirse, por 22 años, en el caudillo socialcristiano que influyó en la Justicia y en los partidos políticos opositores, no solo desde la Presidencia, sino desde la Alcaldía de Guayaquil.
Vladimir Serrano recuerda a un mandatario represor y que manejó la política de una manera “gamonal”. Para el historiador cuencano Claudio Malo, Febres Cordero pudo mantener un régimen de mano dura por la amenaza que él vio en la supuesta escalada terrorista de Alfaro Vive Carajo.
Desde la Gobernación del Guayas, el entonces Presidente justificó así la muerte del banquero Nahím Isaías, tras su fallido rescate de agosto de 1985. “Tomé la decisión de incursionar, consciente de los riesgos que se corrían, pero poniendo por sobre todo en mi mente el inmediato y posterior futuro del pueblo ecuatoriano”.
Febres Cordero -dice Serrano- pudo haber logrado la hegemonía total, pero hubo dos obstáculos: el levantamiento del general Frank Vargas Pazzos (1986 y 1987) y su derrota en el plebiscito sobre la participación de los independientes en la política.
Rafael Correa llegó como un vendaval en el 2007. Serrano lo define como impetuoso y de izquierda populista. Con él, el discurso nacionalista está de vuelta y durante 5 años, Juan Cordero dice que se ha mantenido fiel a su proyecto de transformación.
Willington Paredes cree que la fuerza del último caudillo, que este mes cumplirá cinco años en el poder, se debe a que la crisis del modelo neoliberal que agotó y sepultó a los partidos sobre los que comandó Febres Cordero y otras figuras, sigue latente. En la visión de Serrano, los estilos de Correa y de Febres Cordero son similares.
La prensa, enemiga común
El enfrentamiento de Correa con la prensa no es nuevo. Otras épocas, como el tercer velasquismo, fueron igual de virulentas, aunque con métodos distintos, no tan sistemáticos. Correa fue más allá: escogió los juicios para someter a medios y periodistas, a los que considera sus enemigos.
Velasco iba a los hechos. Por ejemplo, un grupo de pesquisas destruyó los talleres del diario socialista La Tierra, clausuró La Patria y en 1953 apresó a los directivos de La Nación (Justino Cornejo, Francisco Huerta Rendón, Simón Cañarte). Siempre acusaba a la prensa de calumniarle.
Cerró EL COMERCIO, entre el 13 de noviembre y el 24 de diciembre de 1953. Don Jorge Mantilla Ortega, su directivo, se negó a publicar un remitido del Gobierno contra El Telégrafo.
Vladimir Serrano dice que en la relación Correa-prensa sale a flote la subjetividad de su carácter impulsivo e intolerante.
En ese sentido, ve comportamientos similares en Febres Cordero y Velasco Ibarra. “Una naturaleza de hegemonía semejante también a la garciana y a la alfarista, en su época. Este tipo de regímenes no obran en favor de la democracia, del progreso institucional ni de la integración del país; todo lo polarizan y las instituciones son socavadas”.
El asedio a la prensa, desde el velasquismo, inquietó a la comunidad internacional. La Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) recibió un portazo en las narices. En 1953, Velasco Ibarra no aceptó recibir al director de este organismo, Jules Dubois, apuntando que no tolerará“esa intromisión en la política interna”.
Esta es una frase similar a las que Correa ha empleado en los últimos años. También lo hizo en su momento el régimen de Febres Cordero, en octubre de 1985. La SIP mostró su preocupación por la forma en la que el Mandatario socialcristiano combatía a la prensa crítica, a través de los controles de la pauta oficial y el asedio a directores y periodistas.
Así, la presencia de los caudillos parece ser cíclica. Pero, tratando de romper el conjuro, Serrano le pide a Correa ser más tolerante y asumir su misión de estadista, aunque el suyo ya es uno de los cinco rostros de esta historia.