Rosario Villagómez con su obra más célebre, el busto de Francisco Orellana.
‘Escrito en bronce’ estará abierta hasta el 2 de febrero. La investigación ganó fondos del MAAC para montajes de proyectos expositivos contemporáneos. Un busto de Antonio José de Sucre, de Villagómez, en Bahía.
Foto: Enrique Pesantes / EL COMERCIO y Cortesía Maac
El busto del conquistador español Francisco de Orellana con su casco, su profusa barba y el rostro levantado hacia el río Guayas es homenajeado con ofrendas florales cada 25 de julio, o vandalizado también, cada tanto, con grafitis, al pie de la colina del cerro Santa Ana. La imagen controversial de uno de los fundadores de Guayaquil está instalada en el imaginario colectivo de la ciudad, pero pasan casi inadvertidas la firma y la figura de la autora del monumento.
Se trata de una obra de la escultora quiteña Rosario Villagómez Fabara (1898-1968), una de las primeras mujeres en obtener reconocimiento público por su trabajo artístico en el Ecuador. La exposición ‘Escrito en bronce’, del Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo (MAAC) de Guayaquil redescubre a la artista a través de la exhibición de fotografías, documentos y material de archivo sobre su trayectoria profesional.
La ganadora de tres premios Nacionales de Arte Mariano Aguilera realizó monumentos en Guayaquil, Portoviejo, Bahía de Caráquez y Quito. “A pesar de ser una creadora de lugares de memoria, destinados a perennizar personajes, fechas y acontecimientos, su nombre inscrito en bronce ha pasado desapercibido por los relatos históricos dominantes”, cuestiona Romina Muñoz Procel, curadora de la muestra.
La inauguración del monumento a Francisco de Orellana, en 1923, le valió a la artista la medalla de oro otorgada por el Consejo Cantonal de Guayaquil. La medalla y el diploma, exhibidos como parte de la muestra, exaltan “la brillante e inspirada ejecución de su obra alegórica”, que completan altorrelieves bajo el pedestal de cemento que sostiene al busto.
La figura de Orellana se repite en los altorrelieves del monumento en una secuencia que evoca su trasegar por el continente, a pie o a caballo, con un ángel que le coloca una corona de laurel o con una mujer indígena de expresión adusta, que aparece recostada y desnuda, con una mano en la cabeza y la otra sosteniendo el cuerno de la abundancia.
“Orellana es una conflictiva figura histórica, como otras que Rosario representó en su obra pública, pero lejos de pretender resaltar a los personajes, la muestra se aventura a revestirlos con el nombre de su autora”, explica Muñoz. “El monumento a Orellana es un referente para los guayaquileños, una imagen icónica, pero a pesar de todo es triste saber la poca atención que se le ha dado a la persona que lo produjo”.
La exposición documental ‘Escrito en bronce’ hace frente al olvido en que ha caído la obra de la artista en los relatos oficiales del arte, según Muñoz, quien volcó a la sala temporal del MAAC una investigación que se inició en el 2018.
Villagómez Fabara nació en Quito el 29 de mayo de 1898. Estudió en la Escuela de Bellas Artes de la capital. En las exposiciones de la Escuela obtuvo tres distinciones en la categoría Escultura del Premio Nacional de Artes Mariano Aguilera, entre 1918 y 1820. Fue la primera mujer que ganó el ilustre galardón.
La muestra despliega una serie de fotos, medallas, recortes y documentos sobre las obras más emblemáticas de la escultora, así como tres pequeñas de sus esculturas y un gran muro que recoge los debates de la producción creativa femenina de la época. La pared, que exhibe antiguas fotografías, citas de revistas y extractos de periódicos, alude sobre todo a la aparición de textos que defendieron los derechos de la mujer y a la conquista del sufragio femenino en los años veinte.
“Es demasiado cruel que los egoístas quieran hacer de la mujer un simple biberón humano y nada más humillante que el destinarla al papel de hembra inconsciente”, escribe Zoyla Ugarte en abril de 1905, en la revista La Mujer.
Ugarte estuvo también entre las alumnas del Colegio de Bellas Artes de Quito que cursaron sus estudios hasta 1920 y que, según los textos de la muestra, abandonaron de forma temprana sus carreras.
Mientras que otro gran muro con archivos ofrece una mirada a la presencia de mujeres en el arte de su tiempo -y se centra en sus años de formación-. El reglamento de la Escuela de Bellas Artes de Quito expedido por el Ministerio de Instrucción Pública en 1907 prohibía, por ejemplo, hablar de política y religión en el establecimiento. Según las citas que hacen parte del muro, no se permitía entrar, bajo ningún pretexto, a los alumnos en los salones de la sección de señoritas, así como a ellas ir a los de los hombres. “Era mal visto que las mujeres estudien en Bellas Artes, fueron mujeres que tuvieron que debatirse con una cantidad de clichés y taras de la misma sociedad, que luego se fueron reproduciendo”, señala la curadora.
La investigadora también se cuestiona por qué la gran mayoría de mujeres hasta la década del 40 ingresaba a los talleres de escultura y eran en su mayoría escultoras, como si la Escuela -clave para la configuración de la escena de arte moderno en el país- promoviera una distinción disciplinar según el género de sus estudiantes. “¿No es la escultura, y en especial la escultura pública, finalmente, un ámbito que promueve cierto conservadurismo?”, se pregunta en uno de los textos de la muestra.
Villagómez esculpió y fundió el busto del general Eloy Alfaro inaugurado en 1926 en Portoviejo; y es autora de un busto del mariscal Antonio José de Sucre y de un homenaje a un shiry del pueblo Cara en Bahía de Caráquez, obras que repasa la exhibición.
También realizó al menos tres esculturas tipo monumento en Quito -Gabriel García Moreno, José Luis Tamayo y Abdón Calderón-, pero ninguna ha sido localizada según la investigadora, y el rastreo sigue abierto para esas y otras obras de menor formato.
En una nota de EL COMERCIO del sábado 24 de mayo de 1924, cuyo recorte se exhibe en la sala del MAAC, aparece ‘El sacrificio de Abdón Calderón’, un boceto premiado por la Junta de Mejoras y Obras Públicas de Guayaquil.
La obra estaba destinada a ubicarse junto al emblemático monumento de Bolívar y San Martín, que empezó a gestarse en 1913 y que se inauguró en 1938, pero no se encontraron más registros de la pieza de “hierro” sobre Abdón Calderón, en la que el héroe ecuatoriano de la guerra de Independencia del Ecuador aparecía desmembrado.
Muñoz es artista visual y docente de Historia del Arte; descubrió por primera vez la figura de Villagómez el 2018, cuando se desempeñó como Jefa del Premio Mariano Aguilera en el Centro de Arte Contemporáneo de Quito. Como parte del centenario del premio organizó dos muestras llamadas ‘Mariano Archivo’.
“En medio de ese estudio me encontré con la figura de mujeres artistas, donde no solo estaba Rosario; pero me llamó mucho la atención que ella tiene tres premios, obtiene dos veces un primer premio del Mariano Aguilera y en el segundo año del certamen”, explica la curadora. “La presencia femenina en los primeros años del premio era mucho mayor que a posterior, lo que me pareció interesante, y empecé a investigar todo alrededor de ella”.
El periplo vital que la investigación hace de la escultora da cuenta de su casamiento con el italiano Giovanni Furoiani, destacado por su ingenio mecánico, a quien conoció precisamente cuando trabajaba el monumento a Francisco de Orellana, en Guayaquil.
La pareja se mudó a Bahía de Caráquez. En esa ciudad impulsaron la creación del primer muelle con la primera lancha a motor -La Angiolina- y las primeras edificaciones de cemento, como el Hotel Italia, en su momento referente turístico de la ciudad. Animaron también programas culturales y ornamentales como socios del Club Rotario de Bahía. Una foto de la exposición muestra a la pareja con sus tres hijos, Angiolina, Esther y José Furoiani Villagómez.