El profesor David Pologruto fue atacado con un cuchillo de cocina por Janson H., uno de sus alumnos con altísimas calificaciones. El estudiante fuera de sí realizó semejante agresión luego de conocer la nota de ochenta sobre cien que colocó el profesor a su examen de física, lo que determinaba un promedio que le impedía conseguir el ingreso a la facultad de Medicina de la Universidad de Harvard. Su sueño se desvanecía y su vida se hacía trizas. Pensó en suicidarse. En ese estado fue a reclamar al profesor.
Este relato lo hace el doctor Daniel Goleman en su libro ‘La inteligencia emocional’. Se pregunta: “¿Cómo una persona tan evidentemente inteligente pudo hacer algo tan irracional, tan absolutamente estúpido?” Responde: “La inteligencia académica tiene poco que ver con la vida emocional. Las personas más brillantes pueden hundirse en los peligros de las pasiones desenfrenadas y de los impulsos incontrolables; personas con un cociente intelectual (CI) elevado pueden ser pilotos increíblemente malos en su vida privada”.
Sobre esta base, Goleman desarrolla argumentos contundentes que ponen en duda el sistema de notas, el CI, y las pruebas de aptitud académica como únicos instrumentos para medir las inteligencias de las personas y sobre todo su capacidad de realización vital.
Relata los resultados de varias investigaciones que validan su tesis de que no necesariamente los estudiantes con las mejores notas tuvieron éxito en la vida. Ellas reflejaron determinados conocimientos o destrezas y nada dijeron de capacidades como la de resolver problemas, persistencia frente a adversidades, control del impulso, manejo de crisis, liderazgo democrático, trabajo en equipo, pro actividad, solidaridad, etc. En otras palabras nada se evalúa sobre la inteligencia emocional que todos tenemos.
“Un grupo de noventa y cinco alumnos de Harvard de las clases de los años cuarenta fue estudiado hasta que alcanzó la edad mediana. Los hombres que habían obtenido las puntuaciones más elevadas en la facultad no habían alcanzado demasiados éxitos en términos de salario, productividad y categoría profesional en comparación con los compañeros que habían obtenido menor puntuación. Tampoco habían obtenido las mayores satisfacciones en su vida, ni la mayor felicidad en las relaciones de amistad, familiares, amorosas”.
Así Goleman demuestra la muy limitada eficacia de determinadas evaluaciones e incluso su efecto perverso como en el caso del estudiante Janson. Sin embargo, llama la atención cómo muchos gobiernos las elevan a los altares. Con sus resultados toman decisiones de política educativa, otorgan becas, marcan en bien o en mal la vida de una parte de la población y refuerzan la cultura elitista y discriminante con apoyo de determinada prensa y TV.
¿Las notas son una gran mentira? Discutamos.