Fantasmas detrás de cada cortina. Complots y conjuras. Intrigas de todo tipo. Conspiradores e implicados. Los populismos contemporáneos se caracterizan por sus altos niveles de paranoia y por su afición a urdir complejas y efectivas historias conspirativas. Para muestra, algunos ejemplos: 1.- Opinar e informar son actividades desestabilizadoras: para los populismos la existencia de medios de comunicación privados y medianamente independientes (que los medios de comunicación no tengan intereses políticos es un tema debatible) es una amenaza para la verdad oficial. Es elemental crear y desarrollar una verdad pública que sea indiscutible y no debatible (so pena de procesos judiciales o de lapidaciones públicas) para que el poder sea, por naturaleza, infalible. De ahí que sea de la esencia construir una teoría que califique a los medios de comunicación como desestabilizadores y conspiradores natos. Es de la esencia también que, a cualquier costo, el poder retenga el monopolio de la verdad y de la realidad.
2.- Todo lo que ocurra en un país es producto de fuerzas del exterior: como si se tratara de un episodio de la Guerra de las Galaxias, se debe argumentar y convencer de que todos los problemas de un país regido por el populismo (la inflación, la inseguridad y lo que ustedes digan) son producto de una gigantesca trama intergaláctica. Si los indicadores económicos se deterioran es porque los bancos se confabulan para dañar la economía del país. Si la inseguridad se vuelve inmanejable, es porque ciertos oscuros intereses e imperios inexistentes maquinan activamente para perjudicar la integridad de los regímenes populistas. Estos imperios invisibles, perversas manos negras y oscuros intereses deben ser no identificables, para poderlos usar a conveniencia y reciclarlos al infinito.
3.- Todo el que tenga una opinión distinta debe ser clasificado como golpista: cualquiera que demuestre en público una posición política diferente debe ser tildado de golpista y adverso a los intereses de la patria. Esto por la simple lógica de que el pueblo es el gobierno, el gobierno es el partido, el partido es el Estado y el gobierno debe tener siempre el monopolio sobre la idea de la patria. Así, el adversario será enemigo, el contendiente, traidor y el competidor, siempre, un intrigante. Vivir fuera del partido es vivir en el error.
4.- La protesta social siempre busca derrocar gobiernos: en este caso se produce una paradoja insalvable, porque para los populismos -valga la redundancia- el pueblo será bueno en cuanto se limite a acudir diligentemente a las urnas y a engullir la propaganda estatal. El pueblo que sale a la calle, por el contrario, cambiará de un día a otro y será peligroso, influido por agentes externos, desestabilizador, manejado por turbios intereses, engañado y dominado por infiltrados. El pueblo que le dé el voto al poder debe ser considerado, el que no vote y alce la voz, reprimido.