El rey Carlos I de Inglaterra heredó de su padre el concepto del mandato divino a ser rey. Y puesto que dicha prerrogativa contemplaba la idea de que si Dios designó y Él nunca podría estar errado, el rey elegido por Dios tampoco podría estar errado. Bajo esta superstición-como diría Voltaire-, Carlos, azuzado por su consejero el Duque DE Buckingham, solicitó al parlamento fondos para continuar la guerra contra España. El parlamento no solo que le negó los fondos pero peor aún inició una investigación a Buckingham por corrupción. El rey enfurecido contestó, “No permitiré que el parlamento cuestione a mis servidores (debió decir a mis esbirros), mucho menos a uno tan cercano.” A cambio, los parlamentarios respondieron que al menos que despida a Buckingham, no aprobarían ningunos fondos. El rey enfurecido (nada le enfurece más a un tirano que perder el poder de controlar) disolvió el parlamento inglés (en 1626) por once años. Este hecho es conocido como “La Tiranía de los Once Años.”