Conmemorar el 11-S es conmemorar la indignación, la falta de claridad en el manejo de los poderes de escala mundial; es conmemorar al héroe de La Moneda y al horrendo general que marcarían la historia chilena; pero es, sobre todo, conmemorar una de las más grandes farsas que el ser humano haya podido producir, un engaño de proporciones tales que hasta la poca inocencia de las más putrefactas almas se empeña en rechazar. Hace 11 años, la codicia aliada con la falta de escrúpulos y con la callada complicidad de la poco reflexiva y “extrañamente ingenua” comunidad internacional, complotaron y reprodujeron uno de los más denigrantes espectáculos que se haya visto jamás, la pérdida de más de 3 000 seres humanos y el descarado engaño fueron los “daños colaterales” del maquiavélico plan que a fin de cuentas, beneficiaria económicamente a propios y extraños; como bien lo decía ya en el año 2000 unos de los fieles asesores del ex presidente Jorge W. Bush, “si vas a hacer algo malo, hazlo tan malo que nadie pueda creer que lo hiciste”.
“Solo la verdad nos hará libres” (Juan 8:32),