Por cuarta ocasión consecutiva el presidente Chávez es reelegido en Venezuela. Esta vez, el margen que lo distancia de su opositor se ha reducido al 9% de la votación, lo que parecería indicar que el proceso ha llegado al punto límite de su ciclo y ha ingresado en fase de declive.
Si hay algo que ha sorprendido a todo observador, ha sido la contención y civilidad con la cual se dio la aceptación de los resultados, en el contexto de una aguerrida contienda electoral. Ello obedece, hasta que no se diga lo contrario, al desempeño institucional del Consejo Electoral; es mérito del gobierno de Chávez el haberlo fortalecido tecnológicamente, ya que este se constituye en pieza central de su modelo de democracia plebiscitaria. En Venezuela se ha perfeccionado la democracia electoral, una democracia que gira en torno a la recurrencia de consultas directas (15 elecciones en 14 años de gobierno), las cuales generan la ilusión de una participación efectiva de la población en la construcción decisional; en Venezuela aparece con claridad la sustitución de la democracia deliberativa de los partidos por la democracia electoral plebiscitaria, una operación dirigida a legitimar la capacidad de decisión unívoca del líder personalista y del aparato.
El éxito de Capriles está en haberse afirmado en este escenario plebiscitario y marca un cambio sustantivo en la imagen que tanto interna como externamente se tiene de la Venezuela de Chávez. No es ya el proyecto mesiánico irreversible e indefinido que por mucho tiempo sostuvo ser. La oposición ha madurado, ha logrado reunir bajo una misma orientación a una pluralidad de actores interesados en recuperar la institucionalidad democrática, pero al mismo tiempo ha reconocido como necesario aquello que el Chavismo ha impulsado de manera decidida: una política de redistribución que reduzca las brechas de inequidad y pobreza. Gracias a esta maduración política la oposición se revela ahora como una fuerza que está erosionando la hegemonía del chavismo.
El desgaste del régimen se profundizará más si no logra enfrentar los graves efectos de su misma aplicación: dependencia cuasi exclusiva de la explotación del petróleo para sustentar el ingente crecimiento del aparato burocrático y del gasto asistencial, excesiva dependencia de las importaciones para mantener su escuálido aparato productivo; inflación galopante que se acerca al 30%, la más alta de América Latina, altos índices de inseguridad pública.
Una lectura adecuada del resultado, debería conducir al régimen a introducir cambios estructurales en sus lógicas económicas y políticas, pero la rigidez del modelo deja pocos márgenes de maniobra, lo cual permite que la oposición venezolana encuentre el camino despejado para su desarrollo y fortalecimiento.