Estamos en una época compleja. No solo vivimos en un momento en el que hay que cuidarse del virus del covid-19. También debemos cuidarnos de cómo el marketing político trata de mostrar la realidad, porque en esa lógica, lo único que aplica como válido es lograr beneficios electorales, incluso si la ética se viese comprometida de alguna forma.
El marketing político se basa en algunos pasos predeterminados. En primer lugar está la construcción del candidato. Ahora estamos en la etapa de campaña, en la que hay que ganarse el voto.
Específicamente, nos encontramos en la etapa en la que los candidatos ya lanzaron sus encuestas y hemos avanzado al momento en que los presidenciables gritan, sin reparos, sus propuestas más cenutrias. Las que apelan estrictamente a la sensibilidad, a los miedos de las personas, propuestas que pretenden resolver los problemas del día a día, así sean imposibles de aplicarlas.
Estamos en ese preciso momento de reaccionar a las propuestas. Las personas -angustiadas unas, aliviadas otras- comienzan a hablar sobre promesas de campaña que cambiarán la vida de los votantes. Se habla de bonos, de porte de armas, de bajar el IVA, de bajar las multas de tránsito. No importa el cómo, sino el qué y es ahí donde está el truco de tratar a la política electoral como un producto de marketing y no como terreno en donde la ética es un eje transversal. Universal. Hasta personas que se jactan de brillantez muerden el anzuelo y fluyen los ríos de tinta. Aun así, lo único que sucede es que han mostrado su docilidad o su animosidad hacia una tendencia política determinada.
¿Cuál es el papel del periodismo en este momento de la campaña? ¿Tomar distancia? No. El papel del periodismo implica tener presente que, en una coyuntura tan delicada como es una elección presidencial, lo importante es hacer una fotografía amplia, con un gran angular, que abarque todos los espacios posibles. Pero, sobre todo, no dejarse utilizar de los políticos que necesitan visibilidad.