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Testamento

Ecuatorianos, hijos míos y de la servidumbre: me tomé mis horas finales para redactar el legado para ustedes, tal como corresponde a mi condición de viejo agónico. Conmigo me llevo las Amazonas de su Apocalipsis: la «Frustración», la «Desesperanza», la «Sumisión» y la «Impotencia» que son las cuatro plagas que sobre cabalgaduras de colores del arco iris hollaron su vida este año. Con ustedes queda, como herencia, la secuela de valores destruidos que hilvanó su equívoco existencial.

En mi fusión con la Parca los libero de la «Frustración» para que recuperen la capacidad de tener ideales, de poder imaginar días mejores, de creer en una vida sin cadenas, para que se permitan razonar que no es la única opción ser guiados por un poder político absorbente, succionador e inclemente, saber que no es una fantasía atreverse a pensar por sí mismos, que es inútil que alguien, como Hermano Mayor, los pretenda convencer, cansinamente, que el «Buen Vivir» late en Bielorrusia, Irán, Cuba o Venezuela y que no deben -porque no merecen- aspirar a más.

La «Desesperanza» me la llevo hasta el círculo que Dante me asignó para pulverizar los traumas con que los han engrillado, silenciado y acoquinado. Les dejo campos fértiles para sembrar alicientes nuevos que los reencuentren con la dignidad, para que vuelvan a creer en sus propios valores como individuos, que vuelvan a ser sin requerir ninguna prótesis del Gobierno y sientan lo sublime que es desapegarse de la manada informe para ser portadores del pensamiento libre y la opinión crítica.

Transito a mis cenizas fulminando a la «Sumisión», oprobio de su condición humana, reversa de la rebeldía y el coraje, germen de su genuflexión y obsesivo temor a los que blanden el látigo y la espada del poder. Será incinerada conmigo para dejarlos con el ejemplo de Montalvo, Alfaro y otros que jamás quisieron verlos con el dogal que tienen y que ellos, si lo hubieren sufrido, ya hubieran derruido. No serán más homúnculos sumisos, se pondrán de pie como corresponde a la especie de hombres que se distingue de los falderos zalameros, aduladores y obsecuentes.

Muero acompañado de la «Impotencia» que los paraliza, pues, es hora que fluya su espíritu indómito reconquistando la libertad perdida. La fuerza vital es parte de su ser, simplemente se extravió en alguna línea curva de la historia o quizás padece afectada por algún virus que ya antes infectara otros pueblos pánfilos que, por abulia moral, se dejaron apabullar como hoy ustedes lo permiten, hijos míos y de la servidumbre.

Al consumirme en las llamas de la hoguera junto a las pérfidas Amazonas del Apocalipsis quedarán las cabalgaduras sin jinetes, listas para ser guiadas por los ecuatorianos, ahora, hijos del amanecer y de la libertad.

f. Año 2013