Los años 60 fueron una década de rebeldÃa, innovación y cambio. Haz el amor y no la guerra era el estribillo en boga; se promovÃa el pacifismo, y sucederÃan hechos trascendentes como: La guerra de Vietnam, el asesinato de Kennedy, Che Guevara y Luther King; el movimiento por los derechos civiles, la revolución China, la descolonización de los paÃses africanos, la llegada de Allende al poder en Chile, el concilio Vaticano II, el primer trasplante de corazón, el movimiento hippie, el éxito de Beatles, etc. No obstante, era también la época, del estribillo: robar al rico no es pecado; planteado en un contexto de reivindicaciones sociales, cuando el adjetivo pobre era sinónimo de bueno. El evangelio en América Latina esbozaba la opción preferencial por los pobres; famosos religiosos como Helder Cámara e Yves Congar gravitaban sobre la TeologÃa de la Liberación.
Pero los humanos somos seres interpretativos a ultranza, no podemos percibir la realidad que a través de nuestra traducción cultural u hormonal. Entonces, creÃmos en epifanÃa que riqueza era sinónimo de demonio, que rico era Satanás, que el trabajo es tan malo que deben pagarnos para hacerlo (F. Cabral) que la justicia social se consigue con bonos, que el rico es solo producto del azar genético familiar y el desfalco; que por consiguiente, robar no es pecado, más bien, es justicia, es equidad, es derecho divino.
70 años después, leyendo a Lao Tse intentó comprender que los fines solo pueden alcanzarse respetando las formas en que las cosas naturalmente crecen y decrecen; que el hombre se ha descarriado de su armonÃa y ha generado sus propias calamidades por contradecir el ritmo natural y lo ha sustituido por ordenanzas y actitudes absolutistas, superficiales y dogmáticas. Entonces, pretendiendo guardar el balance, al menos del cuerpo, sostenido sobre mis dos pies, no solo uno, comprendo que equilibrio ha sido el sinónimo más cercano a justicia. Robar al rico, robar al Estado, robar a secas, si ha sido pecado.