La artista posa en uno de los sofás. Al fondo se divisan algunos trabajos en madera y varios de sus collages. Fotos: Armando Prado / EL COMERCIO
Escondida entre un enjambre de conjuntos anónimos y arboledas exuberantes -que son cada vez más escasas- de Cumbayá está la urbanización Eucaliptos.
En uno de esos lotes de 1 500 m² y más escondida todavía -si es que hay como más- se dibuja la casa de ladrillo y madera donde reside, desde hace 35 años y pico- la ceramista y escultora Dolores Andrade.
Es una casona de 280 m² distribuidos en dos pisos. La vivienda parece un puñado de terrones de azúcar y caramelo echados al azar en medio del verde. De un verde tan frondoso que parece que, al final, acabará por engullir el inmueble por las inmensas ventanas que este posee. Naturaleza que encierra la construcción por los cuatro costados.
Hay chilcas, tabacos, sábilas, helechos, nísperos, higos, hierbaluisas y cedrones que la artista preservó del terreno original o fue incorporándolos paulatinamente.
Destacan dos árboles que son como el ADN vegetal de la casa: un hermoso cerezo chino que alegra el paisaje de uno de los tres estudios y un majestuoso árbol de tocte que recibe a los visitantes en el ingreso principal de la mansión. Ingreso que, además, está decorado con primor por las cerámicas diseñadas por Natalia Espinosa, su hija que también es ceramista de corte fino.
Tantas plantas, obviamente, atraen a un sinfín de pájaros como colibríes, jilgueros y tangaritas (presumidas avecitas de cuerpos azules y cabezas naranjas). Aves que Dolores alimenta diariamente al comenzar su día a día, antes del desayuno y de empezar a trabajar.
El piso de la cocina y otros ambientes es de ladrillo lacado. Resalta una gran andesita como mesón.
Los interiores son un reflejo fidedigno de los gustos y conceptos artísticos de Dolores. Parámetros que plasmó con acierto el Arq. Alfonso Calderón, diseñador del bien.
En las espaciosas estancias priman el blanco y los tonos terracotas en los muros y paredes de ladrillo revocado. No obstante, el ladrillo visto del amplio pasadizo con arcos de medio punto -que comunica los dos pisos- pone el toque diferenciador y da a la casa más perspectiva.
Siendo el hogar de una artista y catedrática de altos quilates, el arte está omnipresente. Tanto en los cuadros, las cerámicas y las esculturas de madera, que son la última obsesión de esta artista que empezó a eso de los 15 años y que ha transmitido su arte a varias generaciones del Colegio Alemán y las universidades Católica y De las Américas.
El gran corredor arqueado de ladrillo visto es el comunicador entre las estancias de la casa de 280 m².
Sus tres estudios y otros ambientes como las salas están llenos de tótems de todos los tamaños que nacieron de sus manos y reflejan su predilección por el arte y la geometría ancestral andinos. Pequeños ‘obeliscos’ de cedro, pino, alerce, laurel, ceibo, laurel…