Lento pero seguro, una economía mundial vapuleada y magullada parece estar saliendo del profundo malestar que arrastra desde la crisis. Si se cumplen las últimas proyecciones del Fondo Monetario Internacional (posibilidad todavía incierta), el casi 3,6% de crecimiento anual medio del PIB mundial esperado para el período 2017 2018 representaría una ligera alza respecto del 3,2% de los últimos dos años. Una década después de la Gran Crisis Financiera, el crecimiento global por fin regresa al 3,5% de la tendencia post 1980.
Pero este regreso no es señal de que el mundo haya vuelto a la normalidad ni mucho menos. Por el contrario, la tan cacareada idea de una “nueva normalidad” para la economía mundial pasa por alto una transformación extraordinaria en la dinámica del crecimiento global de los últimos nueve años. En principio, la reciente mejora se concentró en las economías avanzadas, cuyo crecimiento del PIB previsto para 2017 2018 promedia un 2% (una significativa recuperación respecto del inusitadamente anémico 1,1% promedio de los nueve años precedentes). La relativa fortaleza de Estados Unidos (2,4%) contrastaría con la debilidad de Europa (1,7%) y, por supuesto, Japón (0,9%). Pero los pronósticos indican que el crecimiento anual en las economías avanzadas se mantendrá considerablemente por debajo de la tendencia a más largo plazo del 2,9%, entre 1980 y 2007.
En cambio, los países en desarrollo siguen avanzando a un ritmo mucho más veloz. Si bien el promedio de 4,6% de crecimiento esperado para estas economías en 2017 y 2018 es alrededor de medio punto porcentual inferior a las cifras de los nueve años precedentes, todavía supone una expansión al doble de velocidad que los países desarrollados. Previsiblemente, se espera que el ímpetu del mundo en desarrollo se concentre en China (6,4%) y la India (7,5%), con cifras inferiores en América latina (1,5%) y Rusia (1,4%).
Esta persistente divergencia entre las economías desarrolladas y en desarrollo llegó a un punto crítico. Entre 1980 y 2007, la cuota del PIB mundial correspondiente a las economías avanzadas promedió el 59%, mientras que la de las economías en desarrollo y emergentes sumadas fue 41%. Eso era entonces. Según el último pronóstico del FMI, en 2018 los porcentajes se invertirán por completo: 41% para las economías avanzadas y 59% para países en desarrollo.
El péndulo del crecimiento económico mundial ha oscilado, de los países llamados avanzados a las economías emergentes y en desarrollo. ¿Es algo nuevo? Totalmente. ¿Normal? Ni por asomo. Es un hecho asombroso, que plantea: ¿no será hora de repensar el papel de la política monetaria?
La anémica recuperación de los países desarrollados se produjo en el contexto de la flexibilización monetaria más drástica de la historia: ocho años de tasas de referencia cercanas a cero y de enormes inyecciones de liquidez desde los infladísimos balances de los bancos centrales.