Cuando se acerca una campaña, y la nuestra ya está a las puertas no solo por la cercanía del calendario sino por la urgencia de cambiar surge la exigencia de planes y programas.
Los expertos en mercadeo político, los estrategas y los políticos duchos saben que ese ejercicio, tan sano como responsable de poco sirve para captar votos.
En cada campaña presidencial desde el retorno a la democracia los periodistas, analistas, columnistas y los académicos hemos exigido a la par de los compromisos serios, la elaboración, presentación, discusión abierta de planes y programas.
Las mismas legislaciones electorales exigen a los partidos delinear, junto a los principios ideológicos, dichos documentos que luego, todos sabemos, no se cumplen. Pero se emplea tiempo, cacumen y miles de páginas de papel( hoy páginas web).
La triste realidad es que ni los dirigentes partidistas ni los activistas de campaña ni los simpatizantes y peor aun los votantes los leen jamás. Esta podría ser una pregunta de una próxima encuesta: ¿Ha leído usted alguna vez el programa de gobierno de algún candidato? La respuesta casi segura y abrumadoramente mayoritaria será no.
La verdad es que la gente no vota por ideologías, no vota por partidos, vota por simpatías, valores oratorios, discursos y promesas ( muchas veces demagógicas y jamás cumplidas), una buena estrategia de propaganda . ‘Mi mensaje los cautivó’, diría algún ‘sapovivo’ y además le hace creer al candidato que todo es obra de su talento, carisma y condición de liderazgo.
Así los Trump Y Berlusconi, y otros especímenes de sobra conocidos, ganan las elecciones. Muchos al día siguiente – al menos en nuestro país, son liberados de la disciplina partidista. ¿ Para qué se preguntarán? Pues para hacer una plan de trabajo que se amolde a los avatares de la realidad, o simplemente para hacer lo que les de la regalada gana como decía en una frase decidora un conocido político caudillista.
Pues bien, la gente vota por el color de la corbata ( que ya casi no se usa) sino que es parte del disfraz de candidatos, o por la sonrisa de una dentadura postiza, que esconde muchas veces caras duras y algunos planes siniestros.
Pero para sacar al país de la debacle económica en que nos han hundido, para componer la democracia despedazada, para devolver ala nación al equilibrio de poderes tan sano aunque a veces e pague el alto precio de dificultades de gobernabilidad, habrá de buscarse un gran pacto nacional ( ese sí ético, de veras) para apoyar al próximo gobernante a desbaratar la construcción perversa de un poder concentrado, y devolver la palabra a la gente, a los actores sociales y gremiales, a la academia y a los políticos en un debate que merece el compromiso de hacer planes y agendas serias. Por ahora al menos tres candidaturas o grupos que buscan alianzas y plataformas electorales se lo han propuesto. Es importante aunque, solo sea un cambio formal hacia una nueva política indispensable.