¡Cuán doloroso como colectivo social y, en lo singular, como personas y familias, es despertar a la realidad, cuando esta se siente que castiga o va a castigar la calidad de vida! La crisis en fuentes de trabajo y desempleo -con la consiguiente caída de ingresos- es tremenda en ese entorno.
Son algunos los años en que la economía ecuatoriana crecía teniendo como eje al Estado, aun cuando una parte de ese crecimiento permeaba a los sectores privados.
Hubo mucho dinero, no solo por el precio del petróleo, que se elevó por sobre lo esperado, sino que para incrementar el gasto público, se crearon tributos, se incrementaron tarifas y se establecieron presuntivas tributarias, se excluyó de la posibilidad de deducción a rubros de gastos de las empresas, se endeudó el Ecuador a intereses caros –no siempre para inversiones prioritarias- y se contrajo deudas colateralizadas con petróleo, con la simulación de que solo eran pagos anticipados, pero con intereses.
En infraestructura avanzó el Estado. Se acusa de sobreprecios, lo que algún momento deberá evidenciarse de haberse producido. En inversión social y de servicios también se avanzó.
Como que se pensó que los recursos para inversión y gasto siempre irían creciendo. No se tuvo la previsión que podían frenarse e incluso –lo que está sucediendo- que disminuirían, y que esto podría deteriorar los servicios y, además, afectaría al empleo.
Siempre serán duras las limitaciones económicas, pero peor su impacto para quienes mejoraron sus ingresos y los pierden.
Hay que defender las empresas que son fuentes de trabajo e incluso propiciarlas para que den cabida a quienes están saliendo del sector público. Hay que evitar colapsos que pueden transmitirse aun contaminando a quienes hoy tienen menores riesgos, porque las percepciones, en tiempos de ajustes, en sus consecuencias suelen encadenarse afectando más a la realidad.
Si el Gobierno intenta imponer “sus” soluciones, los riesgos es que refloten prejuicios. Aunque las rectificaciones sin diálogos no siempre funcionan porque no faltarán críticos que tachen lo tardío de aquellas. Para que los diferentes actores sientan que coinciden en remar en una sola dirección es imprescindible dialogar y que las conversaciones no se trunquen por previos inventarios de agravios.
¿Es posible una especie de tregua normativa en materias conflictivas –incluyendo lo de las llamadas enmiendas constitucionales- para bajar los niveles de enfrentamiento en el Ecuador, de modo que los temas se retomen –si se decide así- en el entorno que resulte de las coincidencias que puedan producirse?
No olvido el pensamiento de Albert Einstein: “Una pregunta a veces me tortura: ¿estoy loco yo o los locos son los demás?”. Quizás lo que propongo es una manifestación de locura. Yo pienso que es de sensatez.
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