El país cambió. ¿Qué duda cabe? Las protestas que saltaron de las redes sociales a las calles alentadas por el detonante impuesto a las herencias han ido in crescendo.
El Gobierno desempolva viejos discursos para reestrenar la teoría de la conspiración. Para los más fanáticos es una orquesta que suena al blandir de la batuta que se agita en Washington. Para el discurso paranoico, la CIA está detrás. Hay quienes creen (o tal vez solo dicen ) que contra Dilma, Cristina, Michelle, Maduro y Correa está una mano perversa y no sus propios errores.
Cabe preguntar a quienes sostienen este discurso, si el gran titiritero sería Barack Obama, el nuevo amigo del diálogo con la Cuba gobernada todavía por Raúl Castro, uno de los comandantes de la Revolución de 1959. Para los inventores de aquella teoría el problema está en los medios. La tesis de una guerra planetaria sostiene una delirante y sistemática descalificación que se ha articulado todos estos años con cadenas, sabatinas, expedientes, sanciones y multas de un aparato de control sospechosamente cercano al poder imperante.
La idea es asociar a los medios y a los periodistas críticos con la oposición política. Es como si desconocieran, por omisión o inopinada ignorancia, las permanentes luchas del periodismo por destapar los temas que el poder quiere o quiso ocultar. El periodismo siempre fue incómodo para el poder. Para el de ayer y el de hoy. Para exhibir los escándalos del antiguo Congreso o para mostrar las reediciones de hoy cuando los aliados del movimiento mayoritario toman rumbo disidente y se enrostran entrambos unos secretos que antes, acaso, no sabían.
Es verdad que se conspira contra la democracia cuando se propone la teoría de la confrontación y se repudia el diálogo. Es verdad que se conspira contra la democracia cuando se concentra el poder como impúdicamente se concibió en Montecristi. Es una auténtica conspiración que el Ejecutivo no sea fiscalizado desde la Legislatura. Que se meta las manos a la justicia es otra conspiración contra la democracia. Es atentatorio a la democracia si se usa la Carta fundamental como fachada para copar todas las vocalías de un Consejo Electoral de cuya independencia quedan serias dudas. Antes, al menos, estaban representadas fuerzas políticas y distintas ideologías.
Conspiran contra la democracia quienes disfrazan en el membrete de la participación ciudadana unas potestades que jamás se ejercieron desde la condición de la gente común y con una sospechosa alianza mayoritaria que es cercana al Gobierno.
En democracia, oponerse a una ley o decirlo públicamente es legítimo siempre y cuando se lo haga en forma pacífica. Si esa tesis la comparten políticos opuestos al Régimen no debe ser objeto de condena.
Llenar calles y plazas de manifestantes movilizados en buses, con sánduches o burócratas con invitaciones ‘voluntarias obligatorias’ es conspirar contra la libre expresión de los ciudadanos . Esta confiscación es, acaso, la peor herencia del correísmo.