En octubre de 1918, Ecuador empezó a prepararse ante la gripe española. El Gobierno de Baquerizo Moreno invirtió 130 000 sucres en la compra de medicinas -se creía que la quinina era efectiva-, camas, desinfectantes y la contratación de lavanderas.
La prevención incluyó rústicos carteles pegados en las paredes. “Se propaga por medio de gotitas que esparcen nariz y garganta, evite las aglomeraciones; si se siente enfermo, llame al médico”, se lee en un afiche de la época. Los vagones del tren de Alfaro eran higienizados para frenar la dispersión de la bacteria que se creía trasmitía la enfermedad, aunque luego se supo que era el virus de la influenza.
El 17 de diciembre la gripe llegó a Quito, con el retorno de batallones que se trasladaban en el tren desde Guayaquil.
El infectólogo Byron Núñez hurgó en el pasado, hizo comparaciones con la reciente emergencia por covid-19 y halló algunas semejanzas: la formación de oleadas de contagios, la saturación de los centros médicos, la mortalidad enfocada en grupos vulnerables.
“La historia se repite”, dijo el especialista en Medicina Tropical y Geografía Médica durante un ciclo de conferencias, organizadas por el Instituto Nacional de Investigación en Salud Pública (Inspi).
“Hay que tomar en cuenta los datos de mortalidad, como una forma de prepararnos para saber qué grupos corren mayor riesgo”. Entre 1918 y 1919 murieron más niños menores de 14 años. Núñez pidió reflexionar en este dato y en la necesidad de fortalecer las unidades de cuidados intensivos pediátricos ante futuras amenazas.
Pruebas y monitoreo
Las estrategias de prevención y control de virus respiratorios que podrían causar próximas pandemias fueron analizadas en el último Espacio de la Ciencia del Inspi. Juliana Leite, de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), fue una de las participantes y resumió que los laboratorios regionales tienen un rol determinante en el diagnóstico y la vigilancia genómica de nuevos virus.
El covid-19 demostró que la tecnología acorta los tiempos de acceso a métodos de detección. Por ejemplo, el 10 de enero de 2020 se tuvo la primera secuencia del SARS-CoV-2 en el mundo, un mapa completo de su conformación genética. 10 días después ya había reactivos y pruebas, y a partir de febrero se implementó el diagnóstico molecular en 13 países de la región, entre ellos Ecuador.
“La preparación de laboratorio es clave en una respuesta rápida ante una enfermedad emergente (…). Entre las recomendaciones están la vigilancia y el procesamiento oportuno, y siempre que llegue algo inusitado hay que investigarlo, porque podría ser la señal de una próxima pandemia”.
Alfredo Bruno fue parte del equipo que detectó por primera vez el SARS-CoV-2 en Ecuador, en el Centro de Referencia Nacional de Influenza y otros virus respiratorios del Inspi. Fueron estos laboratorios los que atendieron la mayor carga de pruebas.
Bruno recomendó mantener fondos regionales para la adquisición de insumos. “Por la gran demanda no se tenían los insumos; y eso no solo pasó en Ecuador. Afortunadamente el Inspi no quedó desabastecido, porque implementó tecnologías alternas”.
Otra lección para aplicar en adelante es el enfoque ‘una sola salud’, como respuestas a los desafíos que surjan de la relación entre humanos, animales y medioambiente. El SARS-CoV-2 saltó de los murciélagos a los humanos y ahora es parte de los programas de vigilancia que no solo incorporan a médicos y laboratoristas, sino también a biólogos y veterinarios.
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