La molienda de caña en trapiches es una costumbre de las mujeres. Foto: Juan Carlos Pérez / EL COMERCIO
Las costumbres del día a día de los nativos tsáchilas se expresan en diversos entornos. El más común es a través de la música porque acuden a sus instrumentos ancestrales para contar, por ejemplo, cómo las mujeres son un pilar fundamental en las labores dentro de las comunas.
El centro cultural Abraham Calazacón, en la comuna Chigüilpe, muestra el ejercicio que día a día realizan las tsáchilas para extraer el jugo de caña por medio de un trapiche. Es una labor esforzada que requiere la participación de al menos dos mujeres.
Génesis Calazacón participa en estas tareas que son fundamentales para obtener la materia prima que luego servirá para preparar la chicha, una bebida tradicional en las fiestas especiales de los tsáchilas. Mientras voltea uno de los maderos del trapiche, canta en su idioma, el tsáfiqui, una de esas melodías que narra el episodio de un tsáchila conocido como Titiri. Calazacón lo invoca en su melodía porque según la leyenda era un hombre que se desplazaba por las comunas a gran velocidad.
Y precisamente para extraer un jugo de caña se necesita de rapidez. Cuando los tsáchilas entonan esta melodía para recordar esa leyenda, hacen simulaciones parecidas a cuando se untan el achiote en su pelo. Además, imitan ese momento cuando se pitan las rayas negras en la piel.
Ambas representaciones son para protegerse de enfermedades y atraer buenas vibraciones a su entorno. Abraham Calazacón, líder del centro cultural que lleva su nombre, cuenta que los sonidos de los instrumentos que utilizan para entonar sus canciones se sincronizan con cada historia, contada por hombres y mujeres, por igual.
Con los años, las mujeres aprendieron a tocar esos aparatos, entre ellos la marimba, el cununo y el bombo. Shyrley Calazacón no solo sabe trabajar en el trapiche, ella también aprendió a relacionar su cotidianidad con las historias que contaban sus antepasados.
De su abuelo conoció la historia del tsáchila que se preparaba para ser chamán y que en ese aprendizaje por poco pierde la vida. Calazacón señala que había personas de la etnia que se oponían a que llegara a ese nivel y por eso lo querían asesinar con brujería.
Cierto día cuando tomaba la bebida del ayahuasca, en el lugar donde estudiaba los secretos de los chamanes, apareció un hombre que le advirtió sobre la pronta llegada del ‘colorado mano grande’, que en realidad era un tigre que estaba próximo a devorarlo.
La fiera había sido enviada para que acabara con su existencia. Entonces el hombre que lo previno sobre al arribo del animal empezó a decir “care, care”, para avisarle que el animal estaba llegando. De pronto el aprendiz de chamán se sentó frente a unas piedras y desde ese rincón se defendió para evitar que el animal se acercara y terminara por devorarlo. De esa forma, el tigre se retiró y no pudo hacerlo su presa.