Los pequeños agricultores cosechan sus productos entre el viernes y sábado para venderlos e intercambiarlos. Foto: Lineida Castillo / EL COMERCIO
Cada domingo, los exteriores del mercado municipal de Pucará, en la provincia de Azuay, se llenan de agricultores y emprendedores que venden e intercambian –de forma directa- sus productos.
Pucará es uno de los cantones más distantes de esta provincia y está ubicado a 3 200 metros sobre el nivel del mar, entre las colinas de Zhalo y Barizhigua. Es un territorio de tres pisos climáticos con una diversidad de cultivos que se dan en la Costa y la Sierra.
De la zona alta llegan los campesinos con hortalizas, mellocos, cereales y papas. De la parte media, se traen granos, camote y productos lácteos o cárnicos. De la parte más baja vienen los frutales como guineos, plátano, naranja, mangos, mandarinas, caña y yuca.
Toda esta cosecha se muestra cada domingo durante el trueque. La jornada empieza en las primeras horas de la mañana. A partir de las 06:00, los campesinos arriban en camionetas o caballos, y se ubican en cualquier espacio de acceso al mercado central.
Los hombres llevan ponchos y las mujeres, chalinas para protegerse del frío andino. Al inicio de la feria se desarrolla el comercio entre las amas de casa, y a partir de las 10:00, los agricultores intercambian su excedente de producción por los frutos que necesitan.
Targelia Córdova, de 57 años, vendió USD 10 de hortalizas que cultivó en su huerta de Pilincay. El intercambio lo concretó hasta antes de las 10:00 del domingo último. Le sobró casi un costal de acelgas, col, lechugas y plantas aromáticas que intercambió con panela, guineos y tomates.
Por su abuela (ya fallecida) sabe que el trueque fue una las formas primitivas de comercio que caracterizó a los pueblos originarios. Por eso aún lo practica. “Intercambiaban productos o mano de obra. La gente vivía en comunidad”.
En el trueque, los productos no se miden por su costo, sino que adquieren el valor que la otra persona le da. Eso es una muestra de generosidad, dice María Berrezueta, de 69 años, otra de las agricultoras. “De por medio está la necesidad y también la voluntad”.
Ella dice que antes el trueque era más amplio. Afirma que sus abuelos llevaban maíz y porotos (granos) a Guayaquil y a cambio traían sal o frutas, y así subsistían. “Lo que tengo y no necesito intercambio por lo que cultiva otro campesino o le sobra, insiste Berrezueta
Según datos del Municipio de Pucará, son más de 300 pequeños agricultores que participan y mantienen viva esta experiencia heredada de sus ancestros. Esto les permite diversificar la mesa de las familias –sin usar dinero- y aprovechando lo que les da el campo.
A media mañana se ve a los campesinos –con productos en sus manos- mientras recorren los improvisados puestos y escogen lo que les falta en sus hogares para la alimentación diaria. Jacinto Huanga cambió granos por mellocos y papas, que no siembra en su huerta.
La primera condición para que exista el intercambio es la capacidad de producir excedentes, explica el comisario municipal Hernán Barreto. Es decir, la producción que no se vende ni va a consumir la familia durante la semana y que podría desperdiciarse.
Así vivieron los ancestros, afirma Carmen Reyes “y en aquella época no había hambre ni desnutrición porque todas las familias tenían sus chacras y compartían sus cosechas”. Ella es oriunda de la comunidad de Sarayunga y también se une al trueque con frutas.
En la cosmovisión andina existe la filosofía de que a quien entrega más la naturaleza le bendice con más producción durante el año. Así lo cree Adrián Guamán, de la comunidad de Gramalote. Él cuenta que todas las semanas cosecha cualquier fruta.
En esta práctica también intercambian semillas nativas, para que los campesinos diversifiquen y mantengan la producción de algunos productos que se cultiva poco, como la oca, mashua, tubérculos y variedades de fréjol.
Los saberes ancestrales guían el trabajo agrícola en esta población indígena. Generalmente los campesinos cultivan sus productos de forma orgánica, sin el uso de químicos artificiales, y esos conocimientos también se intercambian entre campesinos.
Con el trueque, los agricultores no solo garantizan que la diversidad de productos llegue a la mesa de los hogares de esa región, sino que sea una alimentación saludable por el buen vivir de la población, comenta el nativo Hugo León, quien siembra papas.