Uno de los cuadros satíricos del polifacético Juan Agustín Guerrero sobre la situación política imperante en Quito a finales del siglo XIX.
Buscando en los anales de la antigua Corte Suprema de Justicia información sobre las elecciones en Ecuador en épocas pasadas, ya que en el Consejo Nacional Electoral (CNE) no existe un archivo histórico, pude revisar un expedientillo de la Comisaría Nacional de Quito, correspondiente a 1905, en donde con singular prolijidad se comenta la vida de los habitantes de Quito, sus costumbres, las formas de vida y más datos desde el punto de vista “policial”, tema que no ha sido muy desarrollado por parte de historiadores locales.
En el cuadernito, cuya primera página es ilegible debido a la humedad, apenas se puede leer: “Sentencias”. Tiene 20 páginas y recoge los informes que eran consignados por los guardias civiles a órdenes del Comisario Nacional.
En la página 10, el amanuense informa: “Para el señor Comisario Nacional, sacado del original que fue enviado con Nº 75, del 14 de agosto de 1905. Conforme la orden de mi teniente Lisímaco Mediavilla, quien como usted sabe, goza de alta estima en la sociedad de la capital por cuanto es compadre del señor Ministro del Tesoro, quien lo designó para ocupar este cargo, otorgándole el grado de teniente por sus méritos distinguidos, a pesar de que nunca fue a ninguna guerra, pero en cambio mantuvo los combates cívicos y patrióticos al frente de la administración de justicia desde el puesto de escribiente, con lo que se demuestra que las palancas políticas sí funcionan cuando se tienen padrinos de alta alcurnia, entre los que se halla usted, mi señor Comisario (…)
“Mi jefecito es bien entendido en leyes, siendo su gran mérito el que sin haber terminado la escuela ya ocupa este puestazo, por eso lo admiro y agradezco haberme nombrado su secretario (…) Hasta aquí se han designado diez tenientes políticos, los que han dejado su contribucioncita para ayudar al Gobierno en la lucha contra los curuchupas que no nos dan tregua (…) Parte de ese dinero es para apoyar en la próxima campaña política de mi señor Presidente (…) Hay que pagar a los cholos que llevan la información reservada sobre la cantidad de votos que se necesita en cada gobernación, porque no conviene perder, de allí que se gana porque se gana, sea de a buenas o a la fuerza, pero se gana. Para eso hay las Juntas que cuentan los votos y que están a nuestro favor (…)
“El Partido Liberal tiene bien organizado todo, de allí que en Quito es necesario poner todo el empeño del caso para perseguir a los que nos hacen la guerra a través de los chismes y murmuraciones de que el gobierno es malo. Hay que dar palo a esos malosos que se dicen contras, a los que se los convence de dos formas: una dándoles un agradito en sus casas para que no protesten y si alborotan y no hacen caso, no hay más remedio que cogerlos presos y acusarlos de lo que sea, pero que se callen (…)
“Ya mismo hay elecciones y por eso mandé al Carrillo (debe ser un policía) para que regale lo que pueda en San Antonio de Pichincha, Pomasqui y Calacalí. Coja presos a los chumados de los sábados y les pida por lo menos cinco sucres a cada uno. También que pregunte en las tiendas sobre las balanzas mal calibradas y administre justicia con las dueñas, si no pagan por lo menos tres gallinas cada una, con las que se deben hacer buenos caldos y dar a los simpatizantes del partido Liberal, acompañados de harto trago que debe ser incautado a los estanqueros. Si hay necesidad de más comida, se debe detener en calidad de preso a cualquier chancho que ande suelto en las calles o plazas por alterar el orden, el ornato y la seguridad y se lo haga fritada para satisfacer el hambre de los señores partidarios del gobierno….”
Resulta interesante conocer, de manera general, los datos de esta época, en donde sobresalen el oportunismo y la preeminencia social de los gobernantes, a quienes no les interesa otra cosa que la petulancia del poder, antes que las necesidades del pueblo. Las funciones públicas eran entregadas a personas sin escrúpulos, quienes hacían de la ocasión coyuntura de abuso y privilegio. Entre estas autoridades se hallaban las llamadas de “policía y buen gobierno”, así conocidas por Juan Estévez Gortied (El ejercicio del “buen Gobierno”, Bogotá, Imprenta de L. Arteaga, 1945, p.60) cuando se refiere a la forma en que los mandos locales hacían cumplir las leyes y reglamentos.
También resaltan otros aspectos de la época. En la página 14 del mencionado documento, la letra cambia y se puede leer: “La noche de ayer tuvimos otra gresca con la famosa ‘Mano de Piedra’. ¡Qué fregada esta mujer, ya no tengo vida! Le he aconsejado de buena forma, poniéndome firme y fuerte, pero no hace caso. La he metido a la cárcel como diez veces para hacerle ver su error, pero no se enmienda y como no hay por qué sancionarla, la dejo libre enseguida (…)
“El asunto es que esta (…) ya es mal acostumbrada a meterse en líos por todo. Desde cuando el marido hace algunos años le había propinado una paliza por frejona, ella le respondió dándole con un palo, rajándole la cabeza y no contenta con eso, le había dado una tranquiza a puro puñete al extremo de sacarlo corriendo de la casa, prohibiéndole que regrese (…) Encima de eso, le había amenazado con darle otra golpiza en donde quiera que lo encuentre si por chumado no va a dejar la plata para mantener a los cuatro hijos que tenía. Desde ahí, se mete en las casas donde hay problemas con los maridos que pegan a las mujeres y sin más asunto pum, pum, y pobrecito del que le levante la mano, ella de un guantazo lo tumba al suelo y allí mismo le mete una buena trompetiza, haciéndole prometer que no va a pegar más a la mujer. Que si eso pasa, ella misma le dará otra tunda (…).
“Por eso esta Cleotilde Suárez, que así se llama, no ha cogido otra forma de vida que pegar a los maridos cuando las mujeres la llaman y por eso le pagan, sea en plata o en comida (…) no satisfecha con eso, ahora se ha dedicado a pegar a los chumados que hacen bronca en las cantinas cuando no quieren pagar los 2 reales de trago o cuando pelean entre ellos por lo que sea. Antes que llamar a la Policía, le llaman a la Cleotilde y por eso le llaman la ‘Mano de Piedra’ (…) Y viera usted, jefecito, no pasa de ser una flaca chilosa, pero tiene unas manotas como de hombre. Es lavandera de oficio con piedra propia en el Machángara, por lo que allí todos los lunes se reúnen un montón de (…) conversonas, chismosas, enredistas.
Saben la vida de todo mundo, desde los curas hasta el Presidente, nada se les escapa y cuando alguna llega con los ojos morados por maltrato del marido, sin más deja todo y se va a buscar pelea (…) El otro día se había dado de cuescos con tres de seguidita y a toditos los había hecho correr. Es que como es flaca, da saltos de un lado al otro y pum, pum, solo en la cara. Hasta ahora no he sabido de alguien que le haya puesto la mano…” (Se ha modificado parte de la ortografía original por bien hacer).
Las situaciones y los personajes descritos en este pequeño expediente son un claro ejemplo de cómo era la sociedad de aquel entonces: sus problemas, su modo de pensar y de actuar, pero sobre todo reflejan el nivel cultural en el que se desenvolvían sus habitantes, que actúan conforme patrones que norman y regulan sus actividades.
Otro asunto que debería ser objeto de estudios más detenidos tiene que ver con el machismo, sobre todo en la sociedad quiteña de hace más de un siglo. En la página 18 de nuestro manual se puede leer: “Es inaudito que se castigue a un hombre por pegar a su mujer. Se sabe que esta tiene que hallarse sujeta a la voluntad de su marido y haga lo que le haga, es su marido, razón por la que no hay motivo legal para juzgar o castigar a quien reprende en el seno del hogar…”.
En buena hora que las leyes de nuestros días son un poco más justas en esta materia, pero queda mucho por hacer.
*Doctor en Historia. Investigador y autor de varios libros sobre temas nacionales.