Entre gustos no hay disgustos y si se trata de la comida, cada vez se asumen más riesgos y más experiencias, por exótica o extrañas que parezcan. Por eso ha llamado tanto la atención la propuesta del Disgusting Food Musem (DFM) o Museo de la Comida Repugnante, ubicado en Berlín (Alemania) y que teme ofrecer platos impensables, impactantes y, por qué no, desagradables para algunos pero deliciosamente atractivos para otros.
Ojos de oveja, vino de serpiente y sopa de tarántula son algunos de los más de 90 platos y bebidas inusuales de todo el mundo que exhibe este particular museo que se creó a partir de otro espacio igual que existe desde hace varios años en la ciudad de Malmö (Suecia).
La idea de confrontar el asombro o el asco entre las opciones que revela el museo berlinés es una aventura interesante, sobre todo por la experiencia visual y la prueba que solo algunos valientes se atreven a cumplir: oler los platos.
Según un artículo del canal alemán DW en lugar de un boleto, los visitantes de Berlín reciben una bolsa para el mareo en la entrada. Todo depende de sus umbrales de tolerancia a las recetas.
Las personas pueden acercarse mucho a los objetos y tomar fotos. También se puede ver un poco de tiburón fermentado de Islandia, que se considera un manjar allí, pero cuyo aroma es difícil de aguantar.
Todo se complica más cuando los visitantes tienen acceso a los con ponches de huevo de avestruz, platos con anfibios, hormigas o pequeños roedores en una salsa especial; junto a unos pequeños pasabocas, que no son otra cosas que chinches de Sudáfrica o una sopa de tortuga que, literalmente parece mirar a su comensal.
Además del efecto visual, El DFM también llama la atención sobre ciertas formas de consumo, pero su verdadero objetivo es abrir la mente y el paladar de sus visitantes.