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Iván Carvajal: ‘Técnica es una palabra que se ha desvalorizado’

Iván Carvajal obtuvo el premio Aurelio Espinosa Pólit por su poemario ‘Parajes’. Foto: Vicente Costales/ EL COMERCIO

El poeta Iván Carvajal dice que se siente anclado a las montañas, aunque con el anhelo constante del vuelo. Pero las anclas son en ocasiones difíciles de levar y el presente no se puede eludir con este estudioso de la filosofía y uno de los mejores poetas del país.

¿No le inquieta la palabra covid-19 para esta enfermedad?

El lío es que en este caso la enfermedad se vincula con el nombre o el tipo del virus; en el caso del sida, con los síntomas.

Pero tuberculosis, cáncer, gripe; su sonoridad ya genera terror.

Algo que me causa cierto malestar es el hecho de que, cuando era estudiante de colegio, había cuatro o cinco siglas que conocíamos, OEA, ONU; hoy conversas con un funcionario y te nombra al menos veinte. Los tipos de nombres que asignamos a las enfermedades están vinculados con esta manera de reducir los términos a letras. Es una manera inventada por la burocracia mundial.

Hubo grandes quejas inicialmente contra los científicos, por sus versiones contradictorias sobre el origen del covid, o la OMS, que desconcertaba.

Que nosotros descubramos el virus no quiere decir que no estaba ahí, pero no sabemos con certeza cuándo y cómo comenzó el contagio a los humanos. Hay que distinguir el trabajo de científicos y tecnólogos. Un epidemiólogo no es ‘per se’ un científico; es un técnico de la medicina que tiene una sólida base científica. Se ha desvalorizado la palabra técnica, pese a que nuestra vida está por completo vinculada a ella. El científico trabaja sobre la estructura genética del virus, conoce cómo funciona, cómo se reproduce. Sobre esa base, un tecnólogo, un productor de tecnología, trabaja para obtener vacunas o medicinas. Hasta el día de hoy no nos han dado medicinas, pero sí vacunas. Es impresionante porque las han trabajado en poco tiempo en China, India, Rusia, EE.UU., Europa, aunque no es el caso de América Latina o África. Esto quiere decir que hay tecnólogos con altísima formación científica produciendo medicamentos y vacunas. Los epidemiólogos están vinculados a la gestión política y la administración de la salud. Es allí donde ha habido ambigüedades, porque la política en sí misma es ambigua. La OMS, que es un organismo político de la salud, tiene que ver con problemas que son muy nuevos.

Es un tema mundial en el que se priorizan casos nacionales...

El debilitamiento de los estados nacionales y el lento surgimiento de una suerte de gobierno nacional es parte de la mundialización, un tema sobre el que se viene reflexionando. La soberanía nacional se difumina. Que nos sigan hablando de ella con fines politiqueros es otra cosa. La OMS, la ONU, tienen que trabajar en cuestiones globales y a la vez con relaciones de poder de los estados nacionales o multinacionales. Y allí vienen problemas que son de capacidad de poder, de decisión y de conocimiento. Además, operan sobre condiciones que no pueden ser rápidamente modificadas como las estructuras de los sistemas de salud o las grandes corporaciones, con la cultura de las poblaciones, con diferencias de edades. Una cosa es decirle a un joven japonés quédate en casa y otra encerrar a un joven de Cali durante un año y medio. Es obvio que así se crea una olla de presión que explota.

Se ha condenado a los jóvenes en esta pandemia...

Eso tiene que ver más con la moral o la moralina que con la ética, ésta considera la cultura. La intervención de la moral en aspectos relacionados con políticas sanitarias o de salud es siempre nefasta. Con la pandemia vino un problema gravísimo: el encierro. Es una medida de salud pública para evitar el contagio, porque no hay camas ni UCI, porque no hay cementerios ni funerarias suficientes. Pero la medida genera otros problemas: sicológicos, de personas que se deprimen. Los niños que están en el inicio de la fase de socialización tienen que quedarse en casa. Los adolescentes, que están descubriendo la sexualidad, tienen que estar encerrados. No es solamente el proceso educativo lo que pierden, sino todo ese aspecto interior de su ser. Es obvio que haya momentos de estallido.

¿Aún se considera una persona de izquierda con la experiencia del socialismo del siglo XXI?

Sí. Lo que quiere decir ser que estoy en contra de todos los populismos, de esos llamados socialismo del siglo XXI y todas las formas semejantes.

¿Por qué la palabra libertad adquirió una connotación burguesa?

Hay que plantear una cuestión importante: el concepto mismo de libertad. Tiene que ver con esta condición humana para modificar y modificarse. ¿Qué es lo que pasó con los regímenes del llamado socialismo real? En su esencia estaba la contradicción contra cualquier proyecto de emancipación social en la medida en que delegaba esa emancipación a un núcleo cerrado y autoritario: Stalin, Mao, Castro, el partido. Y ello te lleva al pensamiento único, que es lo más contradictorio con la idea de comunismo.

¿Es posible el comunismo?

No lo creo, al menos tal como se la planteó en el siglo XIX y XX. En Rusia, China o Cuba sí hubo transformaciones, pero con esa forma autoritaria. Y obviamente terminaron en el capitalismo de Estado, que no ha modificado la estructura misma de la organización moderna de las sociedades, basada en cierta manera de trabajo, de producción, de organización jerárquica. Eso requiere una concentración autoritaria.

Algo que se da en otros modelos.

No es solamente en esta versión del comunismo sino en la versión conservadora, fascista o nazi, que es una amenaza latente dentro la propia democracia liberal. Trump o Bolsonaro son ejemplos. La libertad, que sería esencial para cualquier proceso democrático, no es mera arbitrariedad o “libre arbitrio”, porque implica una enorme responsabilidad con el otro, con la alteridad. No puede haber algo más siniestro que coartar la libertad de palabra y pensamiento en nombre de un supuesto proceso de equidad social.

Trayectoria
Es doctor en Filosofía y uno de los mayores poetas del país. Fue premio Aurelio Espinosa Pólit por su poemario ‘Parajes’. Dirigió la revista literaria País Secreto. Ha sido profesor universitario y recibió el Premio a las Libertades Juan Montalvo, en el 2013.