Dusan Draškovic mueve las manos sobre la mesa al hablar en una cafetería de la que es socio en el centro de Guayaquil y que usa como su oficina. Es como si dibujara en el aire, como si también la vida pudiera ser explicada con garabatos en una pizarra. El director técnico montenegrino ecuatoriano fue uno de los primeros técnicos en el país en enseñar el fútbol en una pizarra y el que le dio al país sus primeras grandes victorias.
¿Qué sabía del Ecuador antes de venir al país?
Nada, algo de geografía, que era un país andino y supuestamente con un 75 por ciento de población indígena. Estaba esperando ofertas del fútbol español cuando en la Federación (de la antigua Yugoslavia) me convencieron para incluir mi nombre por Serbia en un concurso de méritos para elegir entrenador de la Selección Ecuador. Cuando me confirman como entrenador de Ecuador (1988), al día siguiente me llega una oferta para dirigir al Betis, de España. Yo no quería participar en el concurso esperando las ofertas de los clubes españoles.
¿Qué lo animó al final?
Me dijeron que en Ecuador nació Alberto Spencer y que podía venir a buscar otros como él y dije ‘¡qué!’. Spencer era uno de mis ídolos. Como entrenador (tenía 48 años) conocía a los mejores jugadores del mundo y cuando hablabas de cabecear ponías como ejemplo a Spencer. Yo pensaba que era uruguayo por Peñarol.
¿Sabía algo ya del idioma?
Había estado en España un mes y medio como delegado yugoslavo para estudiar el trabajo y metodología de entrenamiento español. Siempre me atrajo el idioma y quería conocer América porque mi padre (Drago) vivió en Argentina por 12 años muy jovencito: hablaba mejor el español que el montenegrino. Además éramos hinchas de Argentina, yo y toda mi familia, seis hermanos. Sufrimos a la selección Argentina. ‘Esos tontos juegan fantástico’, decíamos.
¿Cuál fue el mayor choque cultural al llegar a Ecuador?
No hubo tal. Ecuador es un pueblo alegre y comunicativo como Montenegro. Si no sabes el idioma todo el mundo te ayuda, te corrige, sin ironías ni desprecio, como sí me pasó en Alemania o Francia, por ejemplo.
¿Por qué se enoja usted cuándo le dicen que al jugador ecuatoriano le falta cabeza?
Cómo no enojarme si soy honesto y también soy ecuatoriano, esmeraldeño, de Quinindé (sonríe). Cómo puedo permitir que alguien pueda decir que un joven ecuatoriano no tiene cerebro, cuando la primera vez que me tocó dirigir a la Selección contra Botafogo en Quito no habíamos tenido ni un entrenamiento con pelota y los jugadores asimilaron enseguida la idea. Solo pudimos entrenar pelota quieta, ubicación y fuera de juego (la cancha de Pomasqui estaba ocupada y luego llegaron los jugadores de Botafogo). Al siguiente día jugamos tácticamente como un reloj. Hay cerebro, unas condiciones técnicas y físicas, pero también tácticas, que tienen que ver con inteligencia deportiva.
¿Cómo es eso que usted se cree esmeraldeño?
Sí, me siento como un esmeraldeño, solo que con ojos azules. La gente no sabía eso, pero cuando descubrieron este “secreto” ya no contaron más conmigo, porque se cuenta muy poco con los entrenadores nacionales. Si yo me hubiera quedado como yugoslavo podría ser que tuviera más cabida. Entiende que estoy hablando un poco en broma, pero con mucho cariño hacia los esmeraldeños y con sentido de pertenencia hacia el país.
¿Qué me dice del racismo?
Hace 30 años había mucho racismo; todavía existe, pero ahora es menos. Cambió una barbaridad el trato y el deporte ayudó mucho en ese sentido. Ecuador ahora es otra cosa. Uno que viene de afuera ve mejor la evolución.
Pero los insultos hacia los futbolistas afroecuatorianos se siguen profiriendo frente al televisor.
Lo irónico es que cuando ese afroecuatoriano hace el gol lo celebran como si se acabara el mundo, se olvidan de todo. Y entonces la gente dice “nos clasificamos”, no dicen que ellos se clasificaron. Yo digo que también soy esmeraldeño porque cuando llamé a la convocatoria de Selección solo habían dos o tres mestizos, el resto tenían raíces esmeraldeñas.
¿En materia disciplinaria le exigimos más a los futbolistas que al Estado o a la propia sociedad?
Totalmente. Los jugadores ecuatorianos viven deportivamente de forma más correcta que los yugoslavos o montenegrinos. En Europa no siempre los clubes a los que llegan necesitan jugadores con esas condiciones específicas. Los empresarios los ponen donde tienen influencia. Y viajan muy jóvenes, cuando están en plena formación física y hay que esperarlos. La explicación fácil es que no se adaptan porque son brutos o no son educados. La mayoría de jugadores ecuatorianos provienen de familias humildes, pobres. La educación pública es deficiente y tienen que escoger entre entrenar o estudiar. Quienes van al colegio privado de clase media y alta no tienen tiempo ni siquiera para entrenar en la tarde. Y a pesar de todas las desigualdades sociales, resulta que en el fútbol te encuentras con personas excepcionales.
¿Por qué cambió a tantos jugadores de posición al llegar al país?
Jugaban de manera silvestre dependiendo de lo que el club necesite. Mira el equipo que nos clasificó al primer mundial. Toda la línea defensiva eran jugadores de otras posiciones. Iván Hurtado jugaba de mediocampista creativo, y por sus condiciones físicas, técnicas y por su personalidad, lo puse de defensa central. Ulises de la Cruz jugaba de volante y terminó como lateral derecho. Edwin Tenorio jugaba también de 10 y Marlon Ayoví era un 8, ellos pasaron a formar el doble cinco. Estuvimos en 16 provincias dictando cursos a exjugadores que se hacían entrenadores y aplicando nuevas metodologías con el cuerpo técnico de la Selección. Viajábamos por el país con mis asistentes en un Fiat 1 de segunda mano.