Rosalía Arteaga es uno de los personajes públicos más recordados de los años 90. En esta conversación habla de su vida antes de llegar a la Presidencia y de su visión de la política.
Nació en Cuenca, en los años 50, ¿qué quería ser de adulta?
Soñaba con ser escritora. Mis padres, mis abuelos y mis tíos siempre andaban con libros en las manos, además tenía una mente muy fantasiosa que era alimentada por los cuentos que me contaban en casa. Cuando fui a la escuela, recuerdo que lo único que quería era aprender a leer y a escribir. Comencé con cuentos pequeñitos. También era una gran lectora, una devoradora de libros; ahora leo menos porque el tiempo no me alcanza por las ocupaciones.
¿Viendo en retrospectiva le habría gustado dedicarse de forma exclusiva a la escritura?
Sí, es una de esas cosas que siempre me cuestiono. Cuando terminé el colegio inmediatamente comencé a trabajar como profesora. Luego entré a estudiar derecho y a los 21 años me casé con el alcalde de la ciudad, que era mi profesor. Tuve cinco embarazos en cinco años; en ese tiempo me dediqué a criar a mis hijos, a seguir estudiando y a la docencia.
¿Qué le atrapó de la docencia?
Al comienzo tuve miedo porque tenía 17 años y dar clases a esa edad es un poco aventurado, pero después me encantó la capacidad de influir que uno tiene en los otros. Me aprecio de que buena parte de mis alumnas son mujeres exitosas y buenas lectoras. Además, siempre hacía mucho más de lo que me pedían las monjitas. Como era profesora de historia y literatura me gustaba hacer teatro leído; en ese tiempo inauguramos un teatro greco romano en Turi, recuerdo que ahí presentamos ‘Edipo Rey’.
¿De dónde viene su gusto por hacer periodismo?
El periodismo siempre me atrajo. Al mismo tiempo que daba clases, escribía para El Mercurio en la página editorial. Eran artículos sobre lo que pasaba en la ciudad. También escribía mucho sobre arte y literatura. Después con mi hermana Claudia creamos un periódico que se llamó el Semanario Austral. Sé que hay periodismo de denuncia y de investigación pero lo que a mí siempre me gustó es hacer un periodismo propositivo.
Tiene un programa de entrevistas televisivas, ¿qué es lo que más disfruta de este formato?
Lo que más disfruto es la conversación. Siempre me quedo con ganas de seguir hablando. El otro día conversé con la escritora española Rosa Montero, que es todo un personaje y cuando terminamos me dijo que le encantó la entrevista. Eso fue algo muy motivador porque ella también ha entrevistado a miles de personas.
¿Por qué en sus programas escasean los políticos?
Es algo que lo hago con conciencia. He entrevistado a algunos políticos, pero siempre me enfoco en su perfil humano. Lo hice con Carlos Mesa, como historiador, cuando era vicepresidente de Bolivia. También entrevisté a expresidentes como Rodrigo Borja, Sixto Durán Ballén y León Febres Cordero, con quien tuve diferencias radicales. Con él hablé sobre su afición por cultivar bonsáis.
¿Qué tan doloroso fue escribir sobre la muerte de su hijo?
La pérdida de mi hijo Jerónimo fue brutal. Sentí que mi vida se acababa, pero tenía a mi hijo mayor y estaba embarazada de mi tercera hija. Escribir para mí fue una catarsis. Todo ese dolor y esas lágrimas salieron como un borbotón. Luego también escribí pensando en cómo ayudar a papás que tenían hijos con síndrome de Down, porque en esa época todavía se escondía a los hijos especiales. Era un estigma. Hubo personas de mi familia que no entendían cómo había escrito un libro contando todo.
¿Qué pasó con el libro luego de que terminó de escribirlo?
Mi papá le prestó el manuscrito a un amigo que trabaja en Laboratorios Life y él me pidió autorización para publicarlo y le dije que sí. No se vendía en librerías, sino que se entregaba a los médicos y ellos a papás o familiares que tuvieran chicos con síndrome de Down. Años más tarde, Xavier Lasso me propuso publicarlo con la editorial El Conejo; ahí salió la primera edición comercial. En Nueva York fue declarado un libro de texto.
¿De qué se arrepiente de su paso por la política?
En principio diría que de nada, porque soy de las personas que asume las decisiones que toma. Si volviera a vivir tal vez no aceptaría la candidatura con Abdalá Bucaram. A la que conocía era a Martha, su hermana, que me parecía una persona extraordinaria. Esa era la referencia que tenía en mi cabeza. Hay personas que dicen que yo me habría podido mantener en la Presidencia y claro que sí, pero si aceptaba las propuestas del Congreso, lo que decía León, o las propuestas de ciertos sectores de Fuerzas Armadas que querían que yo asuma los plenos poderes; entonces habría sido la primera dictadora de este país.
¿Sigue su desencanto por ejercer un cargo político?
Salí de la política sin ganas de retornar. Mucha gente no me creyó cuando en 1998 dije que no iba a regresar a la política, pero he cumplido con mi palabra. He tenido muchas tentaciones. Siempre que hay campañas electorales no se imagina el desfile que tengo de gente de partidos y de movimientos políticos; en las últimas elecciones para las alcaldías, tuve tres para la de Quito y cinco para la de Cuenca.
Dicen que el poder corrompe.
Yo no me corrompí. Resistí. Sí tuve tentaciones, unas bien grandes y de todo tipo. Me ofrecieron dinero y prebendas, pero ahí pesaron los valores familiares, la formación que tengo y también la convicción de que en el servicio público uno es el que sirve a los demás y no al revés.
Trayectoria
Es activista social, escritora y periodista. Fue la primera mujer presidenta y vicepresidenta del Ecuador. Es la presidenta del Consejo Asesor de la Fundación FIDAL. Fue nominada como candidata para la Secretaría General de las Naciones Unidas.