Redacción OrellanaConstruir@elcomercio.com
Una mixtura arquitectónica caracteriza a Sansahuari, en Putumayo (Sucumbíos). Sus casas están impregnadas de modernidad y tradicionalismo: hormigón, madera, zinc. Pero Ángel Parrales, de 55 años, le adhiere otro material imprescindible en una construcción: el cariño.
Este manabita llegó hace 30 años a esta localidad de agricultores, petroleros, comerciantes… Una sonrisa se deja entrever en su barba espesa cuando recuerda su arribo a Sansahuari. “Vine acá (Sansahuari) porque había fuentes de trabajo”.
El invierno del 81 dejó sin empleo a Parrales, que se dedicaba a la construcción en su natal Jipijapa. Se dedicó a repartir agua en tanqueros, en los suburbios y, finalmente, el afán de progreso lo arrastró al Oriente.
Las casas de ese entonces, en la Amazonía, distaban de las actuales. “Ahora es más tecnificado: desde los materiales hasta la construcción misma”.
Los primeros trabajos que realizó Parrales fueron aulas de escuela y casas comunitarias. El Municipio de Putumayo lo contrataba para que edifique los proyectos de la entidad.
Parrales llegó a varios puntos del Putumayo para construir y hacer amigos. Él afirma que los moradores de los sectores beneficiados con sus obras “son los mejores ayudantes que se pueda tener”.
Parrales ejerce el ‘arte’ de construir viviendas desde los 18 años. La empresa de un arquitecto fue la escuela para que él aprendiera el oficio, en Guayaquil. Los planos de las edificaciones los convirtió en sus libros de aprendizaje.
Actualmente trabaja junto a sus tres hijos: Emilio, Josué y Miguel. Los cuatro Parrales construyen casas sin dificultades. Con su mano derecha, Ángel Parrales va contando las viviendas que ha levantado junto a sus tres vástagos.
Cada uno de los Parrales se dedica a la tarea que su padre les encomiende. Ahora están construyendo una vivienda de 110 m². Tendrá seis habitaciones, sala, comedor, ducha…
Emilio y Miguel se concentran en la fundición de las columnas. Su padre, en cambio, amarra las varillas con alambre para empezar la fundición de los pilotes.
Miguel, de 22 años, no solo heredó el aspecto físico de su progenitor. También la habilidad para levantar, por sí mismo, una casa completa. “El tiempo de entrega depende de las características de la vivienda”, dice. Tímidamente explica que es mejor trabajar en familia por la camaradería que predomina.
Pero no todo es color de rosa para este hombre desde hace tres años. Parrales explica que su arte ya no es tomado en cuenta, como cuando llegó.
“Ahora las grandes empresas constructoras se encargan de todo. Acá (en Sansahuari) no existen planes de vivienda donde se nos incluya . Y no nos queda más que trabajar en cualquier chauchita que nos salga”.