Los sismos que se están sucediendo en diversas partes del mundo se están llevando los titulares más destacados de todos los medios informativos.
El 16 de abril de este año, un terremoto de 7,8 grados Richter destruyó las provincias costeras de Esmeraldas y Manabí.
La madrugada del miércoles pasado, en cambio, otro de apenas 6 grados, pero superficial, arrasó varias ciudades de la Italia central. En días anteriores, asimismo, se registró de un sismo fuerte en Japón. Y así.
Como recordarán, el 8 de agosto de este mismo año, un movimientos sísmico de 4,7 grados Richter -con epicentro en Puembo- causó diversos problemas en 10 iglesias y conventos del Centro Histórico de Quito.
La pregunta salta de inmediato: ¿qué hubiera pasado si este temblor alcanzaba la magnitud del que golpeó sin piedad la Costa ecuatoriana?
La respuesta lógica solo tiene una respuesta: hubiera habido una catástrofe de incuantificables consecuencias.
¿Qué argumentos sostienen esta hipótesis? Pues… algunos.
Aunque actualmente hay pocos inmuebles de adobe, muchas de las construcciones mixtas (madera y bahareque) están desgastadas y podridas, especialmente en los apoyos y las uniones de vigas y columnas o pies derechos. Eso hace que la estructura se debilite y no soporte sismos severos.
Otro factor. Muchas de las casonas -antes señoriales- se han convertido en tugurios y conventillos donde conviven en el desorden más absoluto seres humanos y mercaderías. Los ‘trabajos de adaptación’ han debilitado las estructuras, con los peligros consiguientes.
¿Qué se debe hacer? Un censo riguroso y rápido para saber el estado de cada inmueble. Y, así, poder trabajar en la prevención. Ahh, las iglesias y conventos deben ser los primeros.