Víctor Vizuete Editor
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La Bienal Panamericana de Arquitectura de Quito (BAQ), cuya XIX edición finalizó el viernes 21 de este mes, quiso mostrar transparencia y política de ‘manos limpias’ optimizando el proceso de distinción de las obras ganadoras del premio Medalla de Oro; una selección que fue cuestionada en ediciones anteriores por varias universidades nacionales de categoría.
Hay que anotar, como antecedentes, que el Premio Medalla de Oro se entrega a los mejores trabajos de fin de carrera de quienes estudian arquitectura en el país y que se inscriben en el certamen organizado por el Colegio de Arquitectos del Ecuador (CAE-P) desde su primera edición.
Los resquemores partían del hecho de que ciertas instituciones ponían en duda la idoneidad de quienes juzgaban los trabajos, debido a posibles influencias externas.
Este cuestionamiento, como ya se explicó anteriormente, hizo que alguno de esos centros superiores no participara.
Ante asunto tan molesto, la comisión Bienal del CAE-P decidió implementar un procedimiento de elección para evitar los runrunes y las suspicacias: los nombres de los ganadores escogidos por el jurado se entregaron en sobres lacrados, los cuales fueron abiertos por un notario en la ceremonia de premiación.
El jurado estuvo conformado por el colombiano José Mario Gómez, el peruano Luis Longhi, el mexicano Juan Alfonso Garduño y el argentino Omar Paris. Todos ellos son arquitectos con una trayectoria amplia, sólida y consistente.
Seguramente, ese método no convenció a todos pero sí a la mayoría. Y es un acto positivo para reforzar el prestigio internacional que ha adquirido la bienal quiteña en sus 38 años de vigencia.