Víctor Vizuete. Editor
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Aunque cada vez se habla más de la arquitectura bioclimática, aún hay mucha confusión en el asunto. Y eso da pábulo a que se vendan como ‘ecológicas’ edificaciones que solamente incorporan algunos ‘añadidos’, tales como reciclajes o materiales menos contaminantes o más ‘saludables’ como ladrillos, piedras o adobes, los cuales se han utilizado desde siempre.
De hecho, la arquitectura bioclimática es muy difícil de conseguir. En no pocas ocasiones, construir un edificio cero emisiones es más caro que hacerlo de forma convencional. No obstante, acaba siendo económico si se proyecta como una inversión a largo plazo.
La clave de este tipo de arquitectura está en la sostenibilidad, que no es otra cosa que aprovechar los recursos del entorno en beneficio de la edificación, respetando lo que más se pueda el sitio donde se construye.
Así, se debe echar mano de la energía solar, la luz natural, la lluvia, el viento o la vegetación para beneficiarse de ellos en forma de energía renovable o de otro tipo de ‘saldo a favor’.
Con solo habilitar las terrazas o los muros verdes -que están de moda- no alcanza para llamar a una edificación bioclimática, aunque estos equipamientos sí mejoran la climatización natural.
Se necesitan más ‘ítems’ sustentables como el mejor aprovechamiento de los soleamientos y los vientos, de la energía magnética del terreno, de las corrientes de agua subterránea…
Hay viviendas que aprovechan el agua utilizada en baños y lavabos para, mediante un proceso de filtrado, utilizarla en el riego. Y otras que no necesitan calefacción artificial… El quid está en amortizar la alta inversión constructiva con una disminución en gastos por enfermedades y lograr hábitats más sanos.