Andrés Gómez, en su academia de tenis que tiene con Raúl Viver, en Guayaquil.
Andrés Gómez llenó de orgullo al país cuando en 1990 ganó el Roland Garros, su primer Grand Slam individual y la primera victoria de un ecuatoriano en un torneo de élite mundial. Había cumplido el sueño que se había impuesto: ser el mejor sobre la arcilla parisina. Y su festejo es inolvidable: brincaba en su mismo espacio, en una celebración genuina…
“Todas las reacciones son genuinas. No se puede programar cómo festejar. Lo pude haber practicado muchas veces desde que era niño, pero esa imagen es única. Quizá no fue tanto por la incredulidad, sino más bien el haber esperado tanto tiempo”.
Y ahora en tiempos mediáticos de celebraciones planificadas…
Es parte de las nuevas tendencias. ¿Cuántas celebraciones espectaculares habrá habido en el pasado que no pudimos ver nunca? En tenis no importa cuántas veces se haya ganado porque siempre van a ser distintas. Claro, me hubiera gustado ganar un par de Grand Slam más para haber practicado un poco más.
Y logró su sueño a los 30 años…
El problema –y que se está acentuando más con las nuevas generaciones- es que se diga que lo logré a los 30 años. Yo no cumplí mis sueños, sino parte de ellos porque si dejas de soñar hipotecas gran parte de tu vida. Yo me retiro del tenis ATP a los 35 años, cuando a esa edad hay muchísima gente que recién está empezando. Yo a esa edad ya había cumplido mis sueños deportivos, pero llegan otras metas que pueden ser igual de importantes, como el haber participado en el circuito senior, tener mi escuela de tenis y de ayudar a popularizar este deporte.
La idea era ser un profesional…
La gente cree que el profesionalismo es ganar dinero. El profesionalismo te lo da la actitud y la manera de cómo debes llevar las cosas. Y en ese contexto, Mariuxi Febres Cordero y Jorge Delgado para mí eran lo máximo. Yo llegaba a las 08:00 y ellos ya estaban nadando. Me iba a almorzar y seguían nadando; regresaba y seguían nadando. Era el profesionalismo del deportista de aquella época. Y a eso me traté de acoger, sin ser ningún tipo de modelo.
¿Y cómo es ahora?
Hay distintas formas. Ahí vengo poco a poco a la generación de ahora, que quiere las cosas más rápidas o cree que el problema es el entrenador o la raqueta. Es la generación play station: si algo no funcionó pongo el reset y comienzo de nuevo, cuando la misma play station te dice lo que debes hacer: repetición, repetición, repetición hasta que tienes un momento en automático, y ahí comienzas a aprender a seguir dándole y entrenando.
El grito “sí se puede” se usó en fútbol para el Mundial del 2002, pero también se lo ha usado para el equipo de Copa Davis.
El ‘sí se puede’ fue mucho antes. Comenzó en Guayaquil en la serie contra Brasil en 1983 para el grupo mundial. El ‘sí se puede’ se sintió con fuerza en el tenis cuando nos tocó jugar (yo no estaba en el equipo) contra Cuba. Fue la famosa época del “ni un paso atrás” de Sixto Durán Ballén. El “sí se puede” en Copa Davis se escuchaba en ciertos momentos, al principio sobre todo porque luego pude ganar casi todos los partidos. Son aprendizajes.
¿Y hemos aprendido?
No somos un país 100% deportivo por más que lo queramos creer y menos, mucho menos, fanático del deporte. Somos un país que quiere ver el gran evento. Nos ponemos bravos porque no conseguimos entradas para la final del campeonato de fútbol y sin embargo no fuimos a los otros 30 partidos. Es un tema mucho más social. En el gran contexto del público, tienes gente que va al estadio todos los domingos, tienes a los que van a los eventos deportivos, pero acá no hay grandes eventos. La marcha no te va a llevar gran cantidad de espectadores, ni la natación, aguas abiertas, remo, karate, patinaje artístico, en los que estamos teniendo referentes, además de los deportes tradiciones como el fútbol, el tenis y la misma marcha.
Hablando de aprender, siempre ha defendido la educación…
Con la pandemia aprendimos que sí podemos estudiar en casa. Antes, cuando uno lo decía, te consideraban vago. Si eras deportista, igual. La típica: ese profesor, que luego de regresar contento de un torneo sudamericano luego de dos semanas, de una te decía: “¡Gómez, la lección!”. Son estereotipos que hay que ir cambiando. ¡Desde hace 15 años digo que la educación podría ser semipresencial! Hoy en día la palabra presencial o semipresencial la conoce todo el mundo. Desgraciadamente, Ecuador es un país donde el sol sale a la seis y se oculta a las seis. No tienes chance a la noche porque todo comienza más temprano porque hay que aprovechar la luz del día. Y cuando te llenan de deberes, no tienes tiempo para los deportes organizados.
En la vida siempre hay una bestia negra. La tuya fue Ivan Lendl.
Me cortó mucho. No es que me ganó en torneos cualquiera. Me sacó cuatro veces de París, dos del US Open, tres del Master… Estamos hablando de nueve de 16 veces que me ganó. Lo que me mantenía refrescado es que de esas nueve, salió campeón en seis. Entonces, yo sí creo que hay derrotas que son buenas. Ojo, hay que tener cuidado en cómo lo dices porque con Twitter no te dejan siquiera terminar de explicarte bien y ya te cayeron encima. A veces, perder con Lendl, con Connors y, sobre todo con Borg, el monstruo de la época, fue una experiencia particular porque me daba cuenta que enfrentaba a un tipo que no era humano, pero era humano.
¿El jugamos como nunca y perdimos como siempre?
Eso queda en la mente del mediocre. La idea es: jugamos como nunca, sí, perdí también, pero voy a tratar de jugar como nunca contra otros 50 y contra ellos probablemente seré victorioso 40 veces. Y ese jugar como nunca pasa a ser parte de mí y descubro cosas. Desgraciadamente, a veces en el deporte no te dan chance para la experiencia. El frío número de ganar o perder queda, pero ahí es donde se ven las fortalezas de los deportistas.