Cuando el joven Guaidó, levantando su mano derecha y mirando al pueblo venezolano, juró asumir las funciones ejecutivas y luchar para restablecer sus derechos y libertades, un sentimiento electrizante galvanizó a la multitud. Se había abierto un camino de esperanza para Venezuela y firmado el certificado de defunción del despotismo de Maduro.
Los países americanos que, en la OEA, proclamaran hace poco la ilegitimidad del gobierno de Maduro, reaccionaron de inmediato. El Ecuador -¡albricias!-, Argentina, Brasil, Colombia, Estados Unidos, Perú, Guatemala reconocieron al nuevo gobierno mientras el dictador Maduro, desde el balcón de Miraflores, iracundo y dramático, anunciaba su decisión de romper las relaciones diplomáticas y consulares con Washington, acusándole de haber orquestado un golpe de Estado.
Las palabras de Guaidó fueron tan parcas cuanto demagógicas las de Maduro. Escuchándoles, era fácil deducir que la suerte estaba echada, se había cruzado el Rubicón.
Si el apoyo a Guaidó fue multitudinario, no lo fue menos el que organizó Maduro con sus partidarios. Pero el impacto que causó el primero fue atronador. Veinte años de socialismo en Caracas -la tercera parte que en La Habana, el doble que en el Ecuador- han sumido al país llanero en la corrupción, despilfarro, endeudamiento, caos político, económico y social.
La represión usada por Maduro para combatir a la oposición, basada en el apoyo de las Fuerzas Armadas que, dejando de servir al país, se convirtieron en instrumento del socialismo, y la acción intimidante de las milicias populares, habían vuelto extremadamente difícil organizar a la oposición, que tardó mucho en renunciar a los intereses grupales y actuar unida. Guaidó logró lo que antes parecía imposible. Con coraje y determinación, respaldado por la Asamblea, habló a nombre de toda Venezuela. Su proclama tuvo un eco notable. El pueblo acepto su liderazgo para luchar juntos y rescatar derechos, libertades y esperanzas de progreso.
La comunidad internacional resolvió, con algunos matices diferenciales, apoyar a Guaidó -el Parlamento Europeo así acaba de decidirlo- y salir en defensa de los valores democráticos de cuya vigencia es también responsable. ¡Qué bien sonó la voz ecuatoriana, desde Davos, sumándose al reconocimiento del nuevo jefe del Estado venezolano!
Maduro se presenta aún aparentemente ileso, frente a un Guaidó cuya capacidad de acción crece, minuto a minuto. Las finanzas venezolanas colocadas en el exterior ya no están controladas por Maduro. Las lealtades que aún le apoyan se debilitarán a medida que queden impagas.
La geopolítica mundial se ha focalizado en el Caribe y allí se juega su futuro. Es hora de aumentar la presión moral para debilitar al dictador de Caracas. Su fin esta claro y se acerca al galope…