En el Ecuador de estos días se viven graves momentos de incertidumbre. Numerosas preguntas atormentan a todos, pero su complejidad y las limitaciones de la naturaleza humana impiden identificar claras respuestas. El coronavirus ha transmitido el veneno del temor a la enfermedad y a la muerte y ha sembrado la sospecha en las relaciones humanas. El confinamiento ha puesto un destructivo freno a los procesos económicos y ha multiplicado la desocupación. Parecería que el dilema sombrío ante los ojos de la gente consistirá en optar por la salud o la pobreza. Al no poder prolongarse la emergencia sino hasta mediados de septiembre, la gran responsabilidad de escoger la ruta que asegure un futuro para el Ecuador recaerá en cada persona. El grado de disciplina y sensatez de cada uno marcará el destino de la nación.
El Ecuador tiene fijos los ojos en la justicia, no tiene confianza en sus decisiones y observa que son cada vez más numerosos los juicios que se inician con el pregonado propósito de poner freno a la corrupción, pero ninguno llega a su conclusión. Mientras tanto, los presuntos culpables, cuando están arrinconados por la ley, se dan fáciles modos para salir del país o refugiarse en embajadas extranjeras. Las medidas preventivas parecen haberse transformado en consejos para cambiar de domicilio. La decisión del tribunal de casación sobre el caso de “sobornos”, anunciada para el jueves próximo, es esperada con gran expectativa. Estremecerá al país desde sus cimientos. Si se pronuncia como un castigo legal a la corrupción comprobada, iluminará la ruta para la reconstrucción del espíritu de la nación. Si da gusto a los corruptos, una ola de protestas subirá desde el Pacífico hasta los Andes…
Las próximas elecciones lucen sombrías. La proliferación de candidatos es una consecuencia de la desaparición de los partidos políticos organizados, indispensables para que pueda operar la democracia, y de la facilidad con que la ley permite a minúsculos grupos inscribirse simplemente para efectos electorales. Hemos visto que “para cumplir con la ley”, se ha llegado a comprar o alquilar un partido; pronto se empezaran a oír discursos fatuos y vacíos, promesas e insultos, sobre todo insultos. Los llamados a la unidad no se concretan y resultan incongruentes cuando candidatos de papel piden renunciar a quienes responden a las aspiraciones de grandes segmentos de la población nacional.
Las leyes, mientras tanto, son tan vagas que pueden ser interpretadas de maneras contradictorias, confunden, engañan, quieren regular el detalle nimio y se olvidan de los grandes principios. Dan opción para que un delincuente sea candidato, pero le obligan a aceptar en persona su candidatura. ¡Qué incongruencia!
Hay un tiempo para cada cosa dijo el Eclesiastés: vivimos tiempos de incertidumbre.