Pablo Cuvi retrata a José Ayala Lasso, en un libro sobre diplomacia y poder

Sergio Vieira de Mello, asistente del alto comisionado para los Refugiados, saluda a José Ayala Lasso en una visita a la sede de la ONU para los Refugiados. Foto: Archivo de José Ayala Lasso.

Ruanda, 1994. El alto comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos acaba de dejar el hotel Mille Collines, donde se alojan 700 personas que huyen del genocidio que se vive en ese país. Minutos más tarde la tanqueta en la que se transporta, con dos de sus colaboradores y un funcionario local de la ONU, es detenida por un grupo de militares hutus, causantes de la muerte de un millón de tutsis.
El alto comisionado es obligado a bajar de la tanqueta. Cuando mira de cerca a aquellos hombres, jóvenes en su mayoría, descubre que están armados con fusiles cortos, machetes y granadas. Uno de ellos, el que sospecha es el jefe, toma una granada de su cintura y la activa quitándole el seguro. Al mirar los ojos de aquel hombre reconoce que está frente a un momento de su vida que quizás no pueda contar.
El nombre del alto comisionado de la ONU -el primero en ese cargo- es José Ayala Lasso (Quito, 1932) y aquel encuentro con el grupo de militares hutu, un pasaje de Misión Ruanda, texto que forma parte del libro que acaba de publicar Pablo Cuvi, como parte de la colección Testigos del Siglo.
En ‘José Ayala Lasso. La diplomacia y el poder’ se desgrana la vida, del que para muchos es el diplomático ecuatoriano más destacado del Siglo XX. Cuvi lo hace a través una entrevista de largo aliento, un género que ha cultivado desde hace décadas y que en esta publicación alcanza su pico más alto.
Junto al retrato personal y profesional del que fuera canciller del Ecuador, en tres gobiernos distintos, aparece el esbozo de algo más global. Las preguntas de Cuvi se convierten en detonantes para que el entrevistado cuente no solo detalles de su vida, sino su visión sobre varios de los hechos más importantes de Latinoamérica y el mundo, sucedidos durante los últimos 80 años.
Parecería que la vida de Ayala Lasso, de alguna manera, siempre estuvo conectada a los problemas limítrofes que Ecuador tuvo con el Perú, desde el siglo XIX. El 29 de enero de 1942, la fecha en la que el hijo de Julio Ayala y María Lasso cumplió 10 años, los dos países firmaron el famoso Protocolo de Río de Janeiro. Ese día, el padre decidió que el onomástico de su hijo nunca más se celebraría en esa fecha, sino el 19 de marzo, día de san José.
56 años más tarde, aquel niño que estudió toda su vida en el colegio La Salle y que de joven leyó con pasión a Miguel de Unamuno, Hermann Hesse, Thomas Mann y Juan Montalvo, se convirtió en el canciller de Ecuador que firmó el Acta de Brasilia, un acuerdo diplomático que zanjó definitivamente los problemas limítrofes entre Ecuador y Perú.
En medio de esos dos momentos claves para la vida de Ayala Lasso y del país hay una serie de pasajes desconocidas para la mayoría de lectores, sobre este diplomático, que entre sus logros personales también cuenta el haberse convertido en Presidente del Consejo de Seguridad de la ONU.
En una búsqueda a vuelo de pájaro en Internet, sobre su carrera diplomática se puede conocer que estuvo en Japón, en Italia o en Perú durante distintas épocas. Lo que seguro no se va encontrar y que aparece en este libro es, por ejemplo, la confesión sobre su gusto por la filosofía y ese anhelo juvenil y fugaz de ser filósofo y no estudiante de derecho, lo que finalmente entró a cursar en la recién creada Pontificia Universidad Católica del Ecuador.
Algo que también salta a la vista en el libro de Cuvi es que la vida diplomática de Ayala Lasso no es el resultado de un golpe de suerte o padrinazgo, algo común durante la década pasada, sino de una carrera que empezó en Cancillería como ayudante cuatro, después de ganar un concurso. “Mi trabajo consistía en sacar a limpio las notas que redactaban los jefes. Mis jefes en la Cancillería eran todos pues yo era el último en categoría”.

Ayala Lasso, cuando se graduó de bachiller en el colegio de los Hermanos Cristianos, donde cursó la primaria y la secundaria. Foto: Archivo José Ayala Lasso.
Años más tarde, aquel funcionario que comenzó guardando recortes de prensa para los archivos de Cancillería, se convirtió en el diplomático que entró al búnker de Anastasio Somoza, para decirle que el mensaje del Grupo Andino era que abandone el poder y que minutos más tarde escucharía, con asombro, cómo el dictador puntualizaba que la familia Somoza no tenía el 80 por ciento de la riqueza nacional de Nicaragua sino tan solo el 30 por ciento.
A hechos de este calibre se suma un esbozo de la diplomacia ecuatoriana durante los últimos 70 años. También aparecen varias ideas que muestran su visión de la política y el juego diplomático. Entre las más potentes está su idea de la importancia de la unanimidad para llegar a acuerdos y la postura de que no es necesario reescribir la historia sino “conocerla y decirla en su totalidad”.
El trabajo de este diplomático, partidario de la Doctrina Roldós y creador de la fórmula Ayala es matizado por la visión de Jaime Marchán, José Valencia, Diego Rivadeneira, Francisco Carrión y Gustavo Vega y por una serie de fotografías que hablan sobre sus encuentros con personajes como Rosalynn Carter, Yasser Arafat, Bill Clinton, Fidel Castro o Sergio Vieira de Mello.
Cuvi cuenta que las entrevistas con Ayala Lasso para este libro, la última en octubre del año pasado, le sirvieron para reforzar la idea que siempre tuvo de él, un diplomático profesional y un hombre de principios. “Lo conozco desde 1994, cuando conversamos por primera vez, sin embargo, las últimas conversaciones me sirvieron para saber detalles de su vida personal, cosas como el día en que viviendo en Japón se asustó porque su hija pequeña lo saludaba solo en japonés y ya no hablaba español".