Al presentar su informe a la Asamblea Nacional, el presidente Correa expuso la filosofía política de su gobierno.
No es la primera vez que Correa -y otras autoridades- describe sus parámetros para entender la democracia y los derechos. En más de una ocasión ha dicho que la división clásica de poderes o funciones del Estado no pasa de ser una teoría política que no se debe considerar inalterable o acertada. En su entender, el Jefe del Estado se encuentra a la cabeza de todos los poderes o funciones. Ha dicho también que si los proponentes de un proyecto político triunfan en elecciones populares, es legítimo que hagan uso de todo instrumento útil para la realización de tal proyecto. Ahora nos ha confesado, en su informe de labores, que su gobierno propugna la democracia de la confrontación y califica de burguesa a la democracia del consenso.
Estas ideas invitan a un análisis que, por imparcial que sea, no deja de causar hondas preocupaciones con respecto a los principios que orientan al Presidente de los ecuatorianos.
La independencia de los poderes del Estado no es una teoría válida porque la enunciara Montesquieu, sino porque evita la concentración de poderes, simiente de arbitrariedades y tiranías. El poder, por su propia esencia, busca crecer. La única manera de prevenirlo es mediante un sistema de balances y controles al interior de la estructura del Estado. Este es un componente esencial de la democracia, como lo proclaman la ONU y la OEA , así como la Carta Democrática Interamericana.
En cuanto a la “democracia de la confrontación”, cabría preguntar si Correa defiende como un derecho presidencial la facultad de confrontar toda opinión contraria a la suya, negando, al mismo tiempo, al ciudadano el derecho de disentir con respecto a la opinión oficial. ¿Será en aplicación de esta novedosa democracia que el Gobierno está confrontando al 82% del país que quiere ser consultado directamente sobre la reelección indefinida? En cambio, si un ciudadano difiere con el Gobierno y lo confronta, ¿estaría cometiendo un “magnicidio” antidemocrático?
Correa confronta a quienes le critican porque piensa que su revolución puede hacer uso de todos los mecanismos que garanticen su permanencia, nocivo principio que históricamente originó abusos y arbitrariedades.
Después de visitar Moscú, el filósofo Bertrand Russell calificó de revolución movida “por el odio” al gobierno de Stalin. Dentro de un contexto en el que la sujeción a la ley puede ser un obstáculo para la acción revolucionaria, el Gobierno ha querido anticiparse al lavar de antemano los excesos implícitos en una dictadura proclamando las bondades de la “dictadura del corazón”, bajo la cual es honroso proclamarse “sumisos”.
¿Hacia dónde se nos quiere llevar con esta nueva filosofía política?
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