El cambio climático que afecta al planeta obedece a causas naturales como actividad volcánica, alteraciones de la órbita terrestre, cambios de la radiación solar y a causas antropogénicas (originadas por la actividad humana): la emisión de gases con efecto invernadero, por parte de fábricas e industrias repartidas en todas latitudes, la imparable deforestación por incendios masivos y por la incesante tala de árboles, para utilizar la madera, la quema de combustibles fósiles como gas, carbón, petróleo, las pruebas y ensayos nucleares, la producción y desecho de residuos como los materiales plásticos, convertidos en una amenaza creciente para todos los ecosistemas, pues los contaminan desde su origen hasta llegar al mar, donde, ingeridos por aves y fauna marina, tienen efectos mortales; abundan tanto que forman verdaderas islas artificiales, con extensiones kilométricas. Hay un calentamiento global, los polos y los nevados se derriten a un ritmo alarmante y se extinguen especies que viven en ese hábitat. Se multiplican las tormentas, los huracanes, las inundaciones y los incendios a nivel mundial.
Nuestro país, parte del concierto planetario, sufre los severos efectos del cambio climático, fundamentalmente del deshielo de sus altas nieves eternas, de lluvias abundantes y de severas sequías. Cuando las lluvias arrecian, se multiplican las inundaciones, especialmente en la costa, y arrasan con viviendas, cultivos, ganado y animales domésticos; en la sierra se producen frecuentes deslaves, pues existen urbanizaciones y construcciones levantadas inconscientemente junto a quebradas, vías naturales de desfogue, y en las faldas de laderas que, con la fuerza de la tempestad, se desmoronan para mezclarse con el torrente y descender por calles y veredas en una avalancha que arrastra todo objeto o persona que encuentra a su paso. Estos sucesos no deben producirse y las autoridades municipales, junto a sus alcaldes, deben prevenirlos mediante estudios y acciones correctivas con antelación.
Las inundaciones alternan con períodos de estiajes extremos, los ríos se secan y no transportan el agua que necesitan acumular las represas de los complejos hidroeléctricos para generar energía eléctrica y se producen obligatoriamente suspensiones y apagones en las ciudades y en los hogares ecuatorianos. El suceso no es nuevo, se ha repetido, con mayor o menor intensidad, durante varios años; se podía haber dado solución, si en lugar de lucrar y actuar deshonestamente, los gobernantes hubieran cambiado la matriz energética y encontrado oportunamente otras fuentes de energía renovable, como la eólica (fuerza de los vientos), la fotovoltaica (la luz y el calor solar) o la energía volcánica como sugirió una comisión japonesa. Es evidente que este cambio necesita de un capital que no posee el gobierno, pero que es indispensable conseguirlo, para terminar, a futuro, con estas escenas de tinieblas, ¿Cómo obtenerlo?… Con la indispensable participación privada, mediante la modificación de la Constitución del 2008, que dispone que “los sectores estratégicos” (energía, petróleo, minas, comunicaciones), cruciales para el país, no sean delegados al sector privado. Es hora de abandonar cálculos e improvisaciones imperdonables, que únicamente buscan beneficios grupales y no nacionales, y de actuar convencidos de salvar a la patria, de estas taras que la sumergen en el subdesarrollo y en épocas que deben ser superadas y olvidadas.