Quisiera saber que este país ha entrado en el proceso de ser bilingües castellano-quichua, de saberse biculturales indomestizos. Y sentir que no lo llevaremos a cabo por decreto ni ley alguna. Que no será porque lo decidió político alguno sino porque son opciones y decisiones tomadas desde las entrañas de las sociedades. Cambios por rebeldía y revolución, tal como lo hicieran los catalanes e irlandeses, ambos sojuzgados por Franco y el mundo castellano, por los ingleses. Pero hacerlo no significará volver a ¨lo ancestral¨ sino para citarlo, para hacer memoria. Volver será para reconocer y valorar 11 500 años de historia olvidada, desbaratada, y construir una nueva historia desde el presente. Será para reconocer la real existencia de otras culturas, para pelear al racismo y a la exclusión que nos caracteriza, para mantener con vida estas culturas distintas.
Me toca, de veras que me tocan grupos musicales como Los Nin o Yarina Waytacu. Porque partiendo de todo el camino recorrido por la música folklórica, buena parte convertida en los años 70, en protesta (Violeta Parra) o, posteriormente, bajo búsquedas más bien académicas (Escalandrum), estos grupos indígenas recogerán la trayectoria del folklore y lo popular para difundir el nuevo pensamiento de “ser indígena”. Unos ritmos híbridos que incorporan el “scratch” artesanal con el violín o la quena; que fusionan el rap, el hip hop con el cachullapi; que cantan en ambos idiomas y cuyas artes musicales rebasan la música al caminar de la mano del performance artístico. “El valor en este estilo de música va más allá de lo musical”, comenta Francisco Pérez, arquitecto y músico. “El mensaje político es fuerte”, añade.
Los Nin claman por la “unificación del mundo”, por olvidar las banderas como lo harían los Manu Chau o Calle 13. Se reconocen del mundo y al mismo tiempo indígenas, quichuas en origen, del campo y de la ciudad, de guango y camiseta urbana, producto de la fusión de culturas. Sin esconder, sin esconder. Buenos músicos, entrenados en buenos centros académicos.
Más allá de la política partidista, del show mediático y de la estupidez y corrupción que se maneja en nuestros mundos, interesa irnos descubriendo, promoviendo, comprendiéndonos de otra manera. Qué lejos estamos de la ventriloquía de intelectuales mestizos que a principios del siglo pasado “hablaron por el indio” (el peruano Mariátegui o el ecuatoriano Pío Jaramillo), hablaron de sus miserias, exclusiones y maltrato. Un gran quiebre desde los años 60 atravesados por los ayes anteriores de Dolores Cacuango y María Luisa Gómez de la Torre, abrazadas en un tema común de liberación. La Reforma Agraria, la consolidación de los institutos indígenas, las “tomas” indígenas de ciudades y carreteras. 1990, una década para recordar. Nuevos aires se avecinan.
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