Portada: Groucho Marx como pintado por apurados trazos de betún, mostachos gigantes, pelo rebelde peinado con gomina y partido en dos, habano entre los labios sonrientes, dos grandes agujeros en sus eviternas gafas; primera página: el actor viejo y enmustiado, camisa de cuello a rayas gruesas y corbata cuyo nudo semeja un babero. La pátina del tiempo ha apagado las luces de bengala que se esparcían por su alborotada figura. Es su autobiografía: Groucho y yo.
Dice la gente que Groucho pidió grabar en su lápida: “Disculpen que no me levante”. No es verdad. Deslizó la frase antes de su muerte en una entrevista y sirvió para que fuera pronunciada en su velatorio. Genio y figura de un saltimbanqui, misógino y fanfarrón –el humor más acerbo hecho actor–, que se mofó del mundo y sus buenas costumbres; todos lo temían: políticos y magnates, actores y actrices, intelectuales y periodistas… Una de sus demoledoras frases bastaba. “Cuando está ebrio es un imbécil, sobrio, no mejora mucho”, dijo del ícono sagrado del cine Humphrey Bogart.
Groucho, el irreverente
Actor, escritor, guionista, teatrista… “Aunque es de dominio público, creo que puedo anunciar que nací a muy temprana edad. Antes de tener tiempo para lamentarlo, había alcanzado los cuatro años y medio”, así empieza Groucho y yo.
Algunas de sus bromas en nuestro tiempo serían ofensas de grueso calado; en el suyo, edificaron el mito, y usando levita, su puro y sus pasos saltarines, entró a ese cosmos enigmático y esquivo de la inmortalidad.
“Jamás aceptaría pertenecer a un club que tenga como miembro a alguien como yo”. Nadie se libraba de su verbosidad impertinente, ni siquiera él mismo. Burlándose de la política: “La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”.
Admiradores y detractores, no tuvo más en su vida. Enamoradizo impenitente, en sus últimos años, cortejó a una actriz 50 años menor que él (¿fue maltratado por ella, como se ha dicho?). El hijo de Groucho la acusó de todo, sin embargo, fue quien logró se le concediera el Óscar tardío. Por tener el mismo apellido del padre del socialismo científico y por haber resaltado los logros de 16 años del régimen soviético, se ganó la fama de comunista y estuvo en la mira de la “cacería de brujas”.
Sus íntimos lo llamaban Groucho: ‘gruñón’. Lo cierto es que Julius Marx se encarnó de tal modo en el célebre personaje al que insufló vida, que este terminó engulléndolo. “Perdonen, ¿les molesta que no fume?”, espetó a unas señoras fastidiadas por el humo incesante que esparcía en un pequeño restaurante exclusivo. O llamaba en altas horas de la noche a sus amigos: “Soy Groucho, ¿y tú…?”
Un teatro popular. Actúan él y sus hermanos Chico, Harpo y Zeppo. En medio de la función corre el rumor de que una mula propinaba coces a quienes se acercaban. La gente sale en estampida. Al volver, Groucho se adelanta a las rechiflas que solían recibir los comediantes, irascible y destemplado, travesea con el nombre del pueblo,Nacogdoches, y con la palabra cockroach (cucaracha), y grita a los parroquianos: “Cucarachas, malditos yanquis, ¿dónde fueron?”
Los Marx esperan rayos y centellas, pero el público rompe en carcajadas. Sobre esta reacción, cabe lo de Bergson cuando se refiere a lo cómico como “algo mecánico incrustado en lo viviente, cuya exposición sirve, por vía de humillación, a inducir a la sociabilidad”. Este episodio fue un punto de inflexión en el arte de los Marx, de actores de vodevil pasaron a la improvisación sobre temas cotidianos.
La crisis del 29 vacía sus cuentas. Neurastenia e insomnio lo acompañan a partir de ese año, él mismo declara haberse convertido en “una lechuza profesional”. Pero el siguiente decenio fue de éxitos para los hermanos Marx.
“Chico y Harpo te han cuidado./ Ascendiste hasta las nubes del cielo./ Y comprendiste por qué la broma es necesaria/ en esta vida estrafalaria,/ compuesta de rollos de celuloide, pergaminos enrollados y papel celofán”.