La cola de 5 mil personas pugnando por 200 plazas de trabajo en Emaseo plasmó en dolorosa imagen un problema que ya sabíamos existe: no hay empleo.
El problema es endémico. Ya era grave en 2014, y de entonces acá, con la caída del precio del petróleo, la pandemia y otros males, el deterioro no ha parado.
En ocho años, desde mediados de 2014 hasta mayo pasado, la población urbana en edad de trabajar creció en 1,2 millones. En ese lapso la economía no creció. Pero no es que se estancó el empleo. Fue peor. El empleo inadecuado creció en 1,3 millones y se perdieron 453 mil empleos adecuados. Los empleos adecuados se tornan escasos, y la gente hace colas interminables por una ‘chamba’ en Emaseo.
¿Cómo revertir esta contracción del empleo? Lo arriba expuesto sugiere una solución: que crezca la economía, lo que requiere inversión. El marco para invertir en Ecuador no es particularmente atractivo, y el sector público hace de perro del hortelano: se reserva los sectores que más requieren inversión, pero no invierte. Esto el presidente Lasso se dispuso a cambiar, pero la Asamblea rechazó su propuesta de reformas al marco legal. En sectores en que la legislación apropiada ya existe, como energía y minas, la burocracia pone trabas. Tenemos que tener claro que, sin inversión, no habrá expansión del empleo, y sin reforma legal no hay como pedirle al presidente que cumpla con su ofrecimiento.
Un segundo punto es que nuestra legislación prioriza la protección al trabajador sobre la creación de empleo. Son objetivos contrapuestos, y hay que buscar un equilibrio. En Ecuador hemos exagerado la protección. El altísimo costo de despedir a un trabajador improductivo desalienta la mayor contratación. El presidente igualmente anunció una propuesta de flexibilización aplicable a nuevos trabajadores, pero la Asamblea ya anunció que lo rechazaría.
Si no mejoramos el marco y clima para la inversión privada, y no flexibilizamos la legislación laboral, no superaremos la crónica falta de empleo.