Parece una broma macabra. 3 000 ecuatorianos fallecidos jamás dejaron de cobrar sus bonos. Es un decir: siguieron constando en los listados oficiales y algunos familiares o quizá ciertas personas desaprensivas, que ni siquiera respetaron la memoria de los muertos, cobraron sus bonos.
El bono se creó en la época del presidente Jamil Mahuad. Lo llamaron Bono de la Pobreza. Hoy se llama Bono de Desarrollo Humano. Un mismo contenido con diferente envoltura. Ahora se entregan USD 35 al mes.
Entrar en la lista o salir de ella es una operación de gestión, pero la depuración ofrecida por las autoridades, por lo visto, no funcionó como debe ser. La sensación que existe, y esa es la pena, es que se trata de una asistencialismo social de corte clientelar y populista, sin fines productivos, y en muchos casos sin pedir ningún esfuerzo a cambio a los beneficiarios. Caridad.
Como concepto, los bonos y la asistencia del Estado para los más necesitados se justifican en situaciones de emergencia, ante catástrofes o grupos extremadamente vulnerables. Siempre es mejor que la ayuda sea temporal.
Lo ideal es gestar las condiciones para ampliar la inversión privada y estimular la creación de fuentes de empleo que generen riqueza.
Los bonos permanentes acostumbran a muchas personas a no trabajar y generan un alto gasto público. Así mismo, los subsidios siempre terminan beneficiando a quienes no lo requieren -como ocurre con el gas o la gasolina, por ejemplo- y el dinero que se mal emplea deja de llegar a programas de hondo contenido social en áreas indispensables que siempre demandan más recursos, como la salud pública o la educación. Si a ello añadimos un inadecuado o pernicioso control, el resultado es peor: clientelismo y abuso.