La Constitución aprobada en referendo en 1978 y que comenzó a regir el siguiente año prohibía dos temas que parecían fundamentales: la reelección y la participación de los independientes.
Eran tiempos del retorno a la democracia tras los gobiernos militares y el intento de consolidar un régimen de partidos. Se trataba de evitar al caudillismo que había atravesado la política ecuatoriana por años y que tuvo su máximo exponente en José María Velasco Ibarra.
Tras varias constituciones y 35 años más tarde, la maraña de movimientos y partidos, la participación de independientes y la reelección en varios niveles de los cargos de elección popular cunden. Los argumentos de ayer eran evitar que se emplee el aparato público y el poder político para acrecentarlo. Aunque parezcan tener fundamento, esas razones hoy se han desechado.
Para el caso presidencial, el Mandatario ya lleva tres elecciones consecutivas. Se alude a los ejemplos europeos -como la reciente reelección de Ángela Merkel en Alemania-, pero donde más se acumula poder es en los organismos seccionales, especialmente en las alcaldías.
Con la decisión de Jaime Nebot, líder del Partido Social Cristiano en Guayaquil, de lanzarse en pos de un cuarto período, y la tendencia de las postulaciones seguras de alcaldes como los de Quito, Cuenca y Manta, la huella de la reelección parece ser el signo de los tiempos políticos, tanto como el aval presidencial a las candidaturas oficialistas.