Tras varios días de negociaciones, donde reverdeció el más puro estilo de la vieja partidocracia tantas veces repudiada, el movimiento de Gobierno se hizo del control de la mayoría en el esquema directivo de la Asamblea Nacional.
La reelección de Fernando Cordero quedará marcada para la historia por un conteo de votos dudoso y la exigencia del titular del ente legislativo a su compañera de grupo que conducía la sesión de parar y anular la votación, toda vez que las cuentas no le rendían los resultados previstos para ganar la nominación.
La conocida imagen de las protestas y los gritos volvieron al salón plenario. El Ecuador vio repetido al viejo Congreso. La suma y resta de los votos. Los legisladores que faltan, aquellos que votan en blanco para facilitar la elección de las autoridades gobiernistas y aun los que se van del bloque oficialista con algún afán de conquistar dignidades, mostraron que el utilitarismo político no cambia, por más que tenga otro discurso y se proclame el cambio de época.
Antes, con los partidos traicionando postulados ideológicos; hoy en la “era de la revolución ciudadana” donde desde el poder se alcanzan acuerdos de ocasión. Y no se trata de satanizar los acuerdos, que en democracia son deseables. Pero sí de señalar que los procedimientos condenados por el país se volvieron a exhibir y las triquiñuelas para conseguir los votos se repiten. La ‘renovación’ se agota en las viejas prácticas.
La importancia de controlar el Consejo Administrativo de la Legislatura (CAL) estriba en la agenda. Se puede presumir que los dos próximos años seguirán sin fiscalización, ceñidos a la agenda de Carondelet y con un libreto sujeto al poder concentrado.