Contundente. El pueblo de Chile votó en el plebiscito de este domingo por cambiar la Constitución con una comisión constitucional de 155 personas.
La salida plebiscitaria surgió luego de las jornadas de protesta que tuvieron a Chile sumido en el caos y la violencia de hace un año que mostró un agotamiento sistémico.
Entonces, una pretendida alza de tarifas en el metro, un sistema de tren subterráneo que sirve principalmente a las clases populares, provocó un estallido sin precedentes.
En las calles se juntaron todos los demonios. Destrucción de bienes públicos y privados, ataques a civiles y respuesta represiva también fuerte con severas denuncias de violaciones a los Derechos Humanos.
Chile ha sido considerado como modélico en crecimiento económico pero la brecha social es honda y las razones de la protesta estaban acumuladas, acechantes.
El debate sobre el sistema de pensiones y el de la gratuidad o cobro alto por la educación fueron dos detonantes del descontento.
Además, el sistema político que tanta gobernabilidad procuró para salir de la dictadura de Augusto Pinochet se mostró agotado, vetusto.
Las protestas canalizaron otras opciones represadas que la democracia formal de todos estos años no logró subsanar. El reparto del poder de la Concertación, un gobierno alternado de cuatro períodos presidenciales entre la Democracia Cristiana y el Partido Socialista, también colapsó.
Luego del bipartidismo, los nuevos períodos de Michelle Bachelet y Sebastián Piñera acumularon rezagos que estallaron en octubre.
Con el 78% de los votos por el ‘Apruebo’ hacia una nueva constitución y con la decisión sobre una comisión constitucional elegida en abril, Chile tendrá nueva carta.
Mientras, tanto, el gobierno de Piñera gana tiempo en su desgaste hasta cumplir su mandato. Los debates políticos se centrarán en el proceso constitucional, que apenas en enero de 2022 tendrá el resultado.
Debe ser una constitución para todos, sin espacio para los violentos ni para los radicales de los extremos.