Llegan los infernales días de la primavera cubana, cuaresma incluida; suenan y mueven los fuertes vientos calientes del sur. Ha muerto una profesora de química, Lissette. Se cuelan no solo los vientos sino una depresiva sensación de que todo lo que toca un policía acarrea el signo de muerte, maldición, traición, chantajes o abusos.
La vida propia queda envuelta en una halo de fracasos que se entremezclan con casos mórbidos a resolver, a desenterrar. En la excavación del pudor humano, encuentras a modo de ramificaciones de un mismo tronco, decenas de historias que te llevan al oscuro acontecer de los movedizos agentes de la noche o de las borrachas madrugadas. Es Mario Conde en “Vientos de cuaresma”, detective, clave personaje de varias de las novelas o sagas policíacas escritas por Leonardo Padura desde donde el escrito no solo teje rigurosamente la historia de uno o varios asesinatos, sino la del propio policía cuyas dudas en serlo, en develar la mierda que llevamos los seres humanos, le mantiene en permanente incertidumbre.
Aquello en las novelas. En la realidad esto y mucho más. El capitán de corbeta venezolano Rafael Acosta no camina, entra en silla de ruedas al tribunal, no se tiene en pie; asiente, no puede hablar; pocas horas después muere fruto de las torturas más terribles narradas por su propia esposa y la activista Tamara Sujú… Acosta, como muchos otros de las mismas fuerzas armadas investigan, intentan revelar, develar la monstruosidad y el abuso de Maduro y sus secuaces, pero son apresados y desaparecidos como aquellos lo fueron durante los gobiernos militares de Argentina, Paraguay o Chile. Unos mueren públicamente y se convierten en héroes de la anti revolución otros, miles de venezolanos, siguen peregrinando por los caminos colombianos, ecuatorianos y más al sur. Muere su esperanza, muere su dignidad, mueren en vida. Son héroes sin nombre ni apellido.
Miles lloramos la muerte de Rafael Acosta porque en él y en su desaparición se concentra algo terrorífico, el enfrentamiento de poderes “más altos”, más anchos y ajenos que manejan el destino de Venezuela como si fuera un trozo más del planeta que se reparten según los intereses económicos y geopolíticos del momento. Guaidó está solo, no lo duden. Estados Unidos, Rusia, China, y demás acomodados del capital entrarán a frenar o dar rienda suelta a cualquier cambio de mando y dirección política solo si les interesa para sí rescatar el destino de este apetecible país petrolero. Ante esta lamentable situación de ser testigos que somos peones en un tablero de ajedrez manejado a gusto y antojo de los poderosos otros, parecería ser que lo único que queda es llorar y llorar hasta que el río de lágrimas despierte la conciencia dormida de los acaparadores del poder, el dinero y la libertad humanas.