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En las primeras páginas de sus “Anales”, Tácito reflexiona y dice: “la historia de Tiberio, de Cayo, de Claudio y de Nerón fue falsificada por miedo a ellos, mientras reinaban, y después de que murieron se escribió estando reciente el aborrecimiento que suscitaron”.
He recordado al escritor romano al oír que los partidarios que le quedan a Correa alegan que las responsabilidades que, abrumadoramente, se le van atribuyendo, inclusive en el campo penal, no pasan de ser una “victimización” injustificada. Parecería que susurraran “del árbol caído, todos hacen leña”.
De alguna manera, no les falta razón, no en la absurda pretensión de ver inocente a quien todo decidía en última e inapelable instancia cuando gobernaba, sino en la admonición implícita de Tácito. Es necesario dejar que pase el tiempo para juzgar, sin odio y sin parcialidad, pasiones que tienden a oscurecer el juicio de multitudes. Pero de la aceptación de estas premisas no hay que deducir que el juicio a Correa y sus colaboradores deba demorar hasta que se aplaque la indignación que surge espontánea en la conciencia social al descubrir el número creciente de sus errores, abusos y patrañas. Todo lo contrario: el juicio debe iniciarse de inmediato para que no se fortalezcan las dudas sobre una justicia llamada a ser imparcial y, al mismo tiempo, irreemplazable y eficaz recurso democrático para luchar contra la impunidad.
Siguiendo a Tácito diremos que todos los colaboradores de Correa que ahora reconocen las arbitrariedades e incorrecciones que se cometieron bajo su régimen, de tal volumen que ya no pueden ocultarse barridas bajo la alfombra de una historia dictada por el miedo al tirano, dejaron de temerle. Callaron cuando debieron hablar y, en tal sentido, llevan consigo una culpa que no cabe olvidar. Entonces, medrosos y obedientes, escribieron una historia glorificando al líder. Ahora, descubren la realidad de lo que siempre supieron. Y se exhiben de cuerpo entero, impúdicos, ante la ciudadanía.
El juicio a Correa debe ser inflexible, severo y ágil, respetuoso de todas las exigencias del debido proceso. Debe ser ejemplar, sin pretender ser ejemplarizador, pues tal pretensión le alejaría del caso específico.
Hay que evitar todo resquicio que pudiera dar asidero para que los títeres de antaño aleguen que se está convirtiendo al líder en una víctima política.
Serán necesarios un fiscal y jueces sin tacha, ajenos a cualquier interés privado, exclusivamente motivados por la observancia de la ley y la ética y la búsqueda del bien común, en una sociedad libre y democrática.
Que la censura a Correa, inexistente cuando reinaba absoluto, no vaya ahora al extremo de responsabilizarle hasta del mal tiempo y las radiaciones solares, aunque de alguna forma, misteriosamente, si lo sea.