Al conocerse el pronunciamiento del pueblo colombiano sobre el acuerdo de paz suscrito pocos días antes, con justificables bombos y platillos, por el presidente Santos y las FARC, el asombro y la incredulidad cundieron en todas partes. Con una diferencia mínima, el 18% de los electores se impuso al otro 18%. Triunfó el NO en una sociedad cuyos integrantes, en más del 60%, no votaron.
Probablemente, dos ciudadanos fueron los más sorprendidos: el presidente Santos cuya campaña por la paz fue apabullante, y el ex presidente Uribe que nunca pensó que su oposición pudiera tener éxito.
Toda negociación supone concesiones mutuas. Toda paz exige un precio. Pero el precio entregado por Santos fue considerado excesivo por el elector colombiano. A Santos le faltó haber consultado sistemáticamente los sentimientos del pueblo. Confió en el atractivo que una paz por tan largo tiempo anhelada podía ejercer en una sociedad víctima de la violencia endémica. Fue engañado por las encuestas. Y estas no tomaron en cuenta a quienes, ante la presión de la opinión pública interna y externa, no quisieron presentarse opuestos al acuerdo y solamente consignaron su decisión al depositar su NO en las urnas.
¿Qué le espera a Colombia? Santos aseguró que seguirá trabajando con el mayor dinamismo a favor de la paz. Timochenko ha dicho básicamente lo mismo. Ambos saben que el acuerdo tendrá que ser modificado. Uribe tendrá que flexibilizar sus exigencias, para que la historia no lo juzgue como responsable de un eventual fracaso. No parece posible que todas las críticas sean atendidas, pero algunas, especialmente las relativas a la justicia transicional y a la asignación de curules parlamentarias para los ex guerrilleros no podrán ser ignoradas. Es indispensable que el compromiso sobre el cese del fuego, acordado hasta el 31 de octubre, se extienda indefinidamente. El primer disparo que rompa el silencio de las armas puede actuar como detonante de una nueva etapa de violencia.
Uribe ha dicho que, si bien corresponde a Santos la responsabilidad de dirigir estas nuevas negociaciones, está dispuesto a cooperar para alcanzar el objetivo final. Esa es su obligación ética y política fundamental, más aún porque el resultado de la consulta popular le confirió renovada fuerza política. Sin embargo, muchos dudan que esté honestamente dispuesto a dar su aporte para colocar a Santos en el pedestal histórico destinado a quien, en definitiva, ponga en marcha el proceso de construir la paz en Colombia.
Y todo esto se vuelve más evidente después de que Santos acaba de ser fortalecido con el otorgamiento del ennoblecedor Premio Nobel por la Paz, decisión que alimentará la controversia pero que debe ser entendida, en última instancia, como un nuevo elocuente llamado en favor de la paz.