La tendencia parece obvia. El punto de partida es el reconocimiento del egoísmo como panacea del mundo. Y junto al egoísmo coexisten otros signos del individualismo: la codicia, el interés personal, la competencia, la desigualdad, la injusticia y numerosas pobrezas humanas.
En esta columna han desfilado, a su turno, referencias a filósofos, científicos, artistas, literatos, profesores y personas del estado llano que, bajo diferentes puntos de vista, coindicen en el denominado culto al ego que preside, supuestamente, el progreso humano. Y también, quienes, en posiciones divergentes, predican y practican el bien común, la justicia, la defensa de la vida y la promoción de los valores humanos.
Estos paradigmas -nos guste o no- están vigentes. La lucha eterna entre el bien y el mal se alimenta, imperceptiblemente, de signos y comportamientos en todos los órdenes de la vida, y también en los sistemas de pensamiento que se reproducen en las aulas, en las familias y en los ámbitos económicos, políticos, sociales, culturales y ambientales. ¡El reinado del egocentrismo es real!
Si el modelo de reproducción del modelo de pensar y sentir está inmerso en las mentes y corazones de las personas, ¿dónde se aprende el no-ego? No parece una pregunta atrabiliaria. Veamos por qué.
Las religiones del mundo buscan respuestas en los fenómenos de la naturaleza, y en los conflictos causados por la condición humana. Y han nacido doctrinas, mandamientos y rituales. Pese a ello, el ego se ha instalado en todas las culturas donde la violencia y no la paz; la concentración de poder y no la distribución de la riqueza; el progreso ilimitado y no la aplicación de ideales de justicia, el amor y la solidaridad… han confrontado y confrontan a los pueblos y a los Estados. ¡Una prueba es la existencia del llamado Primer Mundo y el Tercer Mundo, con características denigrantes!
Esta dialéctica es fruto de la civilización centrada en el ego, que parece no tener fin, o que seguirá mientras la humanidad no encuentre otros destinos. Teilhard de Chardin, filósofo, autor del libro “El fenómeno humano” planteó la necesidad de construir una utopía -la “civilización del amor”-, como la cúspide de la evolución cultural. ¿Será posible? ¿Dónde y cuándo aprenderemos el no-ego; es decir, el nosotros?